miércoles, 5 de junio de 2013

Noche de urgencias

Su sonrisa era cálida. Sus dientes blancos, bien alineados, resaltaban en ese frío consultorio. Mientras se puso esos horribles guantes blancos dijo, “y eso que es temprano. No se imagina lo que viene”, y vuelve a sonreír.

El doctor Montenegro no debe tener sentimientos. O por lo menos debe dejarlos a un lado a eso de la 8 de la noche, cada noche, antes de iniciar sus jornadas de trabajo. De lo contrario, no se puede explicar cómo está parado ahí, a punto de revisar un tobillo semifracturado, con una sonrisa y un sentido del humor envidiables.

Para poder ver los dientes del doctor Montenegro tuvieron que pasar 4 horas. Imagine la escena: un colombiano cualquiera, de esos que no tienen nombre porque no ha muerto, sentado en una pequeña silla, en la sala de urgencias de cualquier hospital de Bogotá, mirando cómo la vida y la muerte caminan de un lado a otro esperando que por un altavoz la niña diga un nombre.

Aquella sala de espera era una reivindicación. Sí. Ver reunidos a varios ancianos que aplazan la cita con la muerte unos días más, sentados junto a madres que intentan calmar el llanto de sus bebés, mientras esperan que algún pediatra se apiade y los atienda, es una reivindicación. Es que la vida y muerte, sin importar cuántos años tengas, es cuestión de una pequeña silla en una sala de espera.

De repente, aquella sombría voz femenina pronuncia el nombre que tanto esperaba. Ni siquiera cuando el amor de su vida le dice por primera vez “te quiero”, uno se siente tan aliviado al escuchar su nombre y apellido. Por fin, luego de horas de llantos, rostros cansados y mucho dolor tenía 5 minutos a solas con el doctor Montenegro.

Hay que tener los huevos bien puestos para ser el doctor Montenegro. Ser testigo de tanta miseria, de tanto dolor, de tantas historias, y todavía sonreír mientras se pone unos guantes blancos para poder reacomodar un tobillo y hacer gritar a un hombre de un metro y setenta centímetros como una ballena en pleno apareamiento (perdón a las lectoras, por la imagen).

Y es que el doctor Montenegro es la punta de iceberg de mierda, también conocido como el régimen de salud de un país tropical y bananero como Colombia.

Para ver los blancos dientes del doctor, es necesario escalar una montaña de trámites, ladrones, entidades, burócratas, y sí también de un millar de hipocondríacos. Y en este punto valen todos los lugares comunes. El mejor de todos: es mejor morir viendo televisión en la casa, antes que en la puerta de un hospital con la fotocopia de quién sabe qué documento con firma y sello de transferencia en la mano.

Tan sólo en lo corrido de 2013, han muerto 10 colombianos en las puertas de algún centro médico, a la espera de siquiera ver la sonrisa de algún doctor Montenegro. Si quiere más estadísticas acá algunas: Colombia pierde 4.000 millones de pesos diarios en trámites de salud. 26 EPS han sido intervenidas por la Superintendencia. Las nefastas EPS intervenidas le deben (ojo a la cifra) más 1.7 billones de pesos a hospitales en todo el país.

Ah, y cada mes le descuentan por lo menos el 8 por ciento de su sueldo, por miserable que sea, para aportes de salud. Para que lo tiren por ahí, en alguna silla junto a ancianos y bebés que aplazan su cita con la muerte.

Como esta Colombia es de cifras que no dicen nada, basta recordar que el pasado 5 de mayo de 2013, Paula Sofia de tan sólo 9 meses perdió la batalla contra una afección cardíaca en una camilla, esperando por un certificado de quién sabe qué maldita EPS.

¿Se imagina que el doctor Montenegro tuviera en cuenta todo esto mientras se ponía los guantes blancos? 
Qué tal recordará, mientras echaba un fino apunte, las miles de familias que han perdido a un ser querido en la silla de una sala de espera de cualquiera hospital.

Definitivamente, el doctor Montenegro no tiene sentimientos. O por lo menos  tiene los cójones tan bien puestos, para dejarlos a un lado y seguir luchando para que por lo menos ese pobre diablo que tenía el tobillo hacia al lado equivocado tuviera algo de alivio en esa noche de urgencias.


1 comentario:

  1. Complemente a lo anterior: La impotencia mezclada con el conformismo de un salario, la espera lamentable con miles de necesidades por detrás (hambre, dolor, sin un peso)y el pago diferencial de los aportes de acuerdo a los salarios que ni mejoran la calidad del que más paga...pero tampoco alcanza a cubrir y auxiliar al que no tiene como pagar....muy interesante su reflexión en la figura del Dr Montenegro...

    Alvaro R.

    ResponderEliminar