miércoles, 19 de diciembre de 2012

Petro el mesías megalómano



A Gustavo Petro lo acompaña el síndrome mesiánico, que inunda a muchos individuos que tienen  cargos públicos en Latinoamérica: cree tener razón siempre, cree tener todas las respuestas. Cree que todos están errados, menos él.

Gustavo Petro no quiere lo mejor para Bogotá. No. Quiere demostrar que tiene razón y que todos sus detractores están equivocados. La premisa lo lleva al peor escenario para una persona como él: tener que bajar la cabeza y  dar un paso atrás.

El episodio de las basuras  presentó de cuerpo entero al personaje. Presentó a ese Gustavo Petro que siempre  tiene todas las respuestas, así todas sean incorrectas. Aprovechó que el contrato con los recolectores privados terminaba y quiso poner en marcha su modelo de ciudad, esa que sólo entiende él y nadie más. Esa que califica como: ‘incluyente’. Esa que no tiene ni un documento que la sustente.

Y entonces, apareció otra característica típica de los mesías con cargo público: la demagogia. Gustavo Petro aplicó la fórmula más sencilla del poder público, apelar a las diferencias sociales. Al discurso de los ricos y los pobres. Al viejo discurso, del rancio burgués contra el desafortunado pujante. El resultado, el de siempre, sectarismo y polarización.

Gustavo Petro utilizó eufemismos como ‘mafias’, ‘manos negras’, ‘poderes oscuros’. Como siempre, los mesías necesitan enemigos. Para que la leyenda del héroe  funcione se necesita un malvado, del que tiene que salvar a esos ciudadanos que están enceguecidos en su propio mundo.

En la fecha límite, 18 de diciembre de 2012, ocurrió lo que todos sabían que iba a ocurrir (todos excepto el mesías de la Casa de Liévano y sus áulicos). Mientras las basuras se posaban en las calles, los recolectores privados reían en sus oficinas.

Veían, los privados, como Gustavo Petro se quedaba sin respuestas. Veían, como su modelo de expropiación caía por el lado más simple: no tenía ni la infraestructura (camiones y tecnología), ni el recurso humano para cumplir lo que ellos llevan haciendo, deficientemente, por décadas.

Y, entonces, Gustavo Petro, en medio de su efervescencia y su tierna sublevación detrás de un celular con redes social, dio marcha atrás. Bajó la cabeza y aceptó. Claro, afirmó que todo fue un éxito y que aquellos que estaban antes lo harán mejor. Los mesías siempre tienen la razón. Por una razón: porque sí.

Aquellos que creen tener todas las respuestas no se asesoran. Entiende que la razón es propiedad individual. Nadie en la cuidad se le ocurrió preguntar por el gerente de Aguas de Bogotá, el adefesio que creó Gustavo Petro en su afán por volver público lo que debe ser privado. Todas las críticas cayeron en el alcalde/mesías, porque ese es su afán, porque así lo decidió, porque, para él, Bogotá es Gustavo Petro, no más.

Que parecido es Gustavo Petro a un expresidente que tuvo Colombia (es más, se parece a un presidente de Venezuela): Concentra el poder en el individuo. Le interesa más tener enemigos que soluciones, porque lo primero le garantiza seguidores.  Inventa persecuciones mediáticas para descargar responsabilidades. Así son los todopoderosos: débiles ante los argumentos.

El síndrome de Gustavo Petro tiene nombre, se llama megalomanía. Y no tiene cura. Esta patología, eso si, siempre termina en lo mismo: un loco que habla sólo. O peor, un loco que trina y trina como desesperado, como expresidente.

domingo, 18 de noviembre de 2012

18 de noviembre de 2009


Son las 5:30 de la mañana, la puerta de la oficina se abre. Todo está oscuro, nadie en toda la ciudad está trabajando. Nadie. Sólo ese pobre empleado que había cambiado su turno para poder asistir a una cita histórica que tendría muchas horas más tarde.

Vestía una chaqueta especial. A pesar del frío, la pereza o la indisposición, prendió un computador y se dispuso a redactar informes de forma acelerada. Por más que haya llegado con toda la disposición no hará nada valioso para su organización. Él, ese día, simplemente tenía un logro: vestir ese blazer negro especial.

Son ya, las 10 y 23 minutos de la mañana. No ha ligado una sola frase coherente para los informes. Cada pensamiento está destinado a lo que él suponía iba a ocurrir más adelante en un estadio de fútbol. Imaginó cada escena, no le faltó ninguna (tiempo tenía, estaba trabajando desde antes del amanecer). Al final, nada de lo que supuso ocurriría. Todo sería totalmente diferente.

Hincha como pocos, y como miles, de Santa Fe sólo podía pensar en esa final. Cada segundo lo destinaba a pensar cómo iban a lograr dar vuelta a ese resultado adverso que habían obtenido hace una semana allá, en el lejano San Juan de Pasto. Todo se reducía a ganar con autoridad. Con el correr de las horas, entendería que la realidad no podría estar más alejada.

Son las 12 y 46 minutos de la tarde. Logró su primera victoria. De la mano un gran amigo recibió las boletas al paraíso, por ideal que suene. Tenía en su poder las entradas para poder estar una vez más en ese palacio de alegrías y más de tristezas. Con su padre y su hermano habrían de librar otra batalla contra la adversidad. Esta vez, la apuesta era doble. Esta vez, era una cita con la alegría máxima. Una que no había vivido antes.

Son las 4 y 44 minutos de la tarde. Es tiempo de abandonar esa fría oficina. Es tiempo de ir al templo. Sus corsarios lo esperaban. Nadie sabía lo que se venía. En pocas horas, iban a conocer el cielo. Ni lo percibían. Sí, había un nerviosismo inusitado, pero sin explicación. Habría respuestas más adelante.

Son las 7 y 58 minutos de la noche. Es tiempo y hora. La ruta a la alegría había iniciado. Un marco pletórico sería el marco de la escena. El hermoso Nemesio, albergaba una vez más. Esta vez para ser felices. Esta vez, para dar el primer paso a la alegría máxima.

****

Ese 18 de noviembre de 2009 no fue y nunca será una fecha más. Ese día, Independiente Santa Fe, sería de nuevo y como siempre: El Glorioso Independiente Santa Fe.  Ese día, como nunca, seriamos fieles a nuestra historia. De principio a fin. Sin omitir un sólo detalle, un sólo recuerdo.

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Son las 8 y 27 minutos de la fría noche. Llega el primer golpe. El rival anota. Fue la respuesta lógica a un mal inició. Santa Fe jugó esos primeros minutos con todo el nerviosismo posible. La tensión del a tribuna se trasladó  a la cancha. Había que sobreponerse a la adversidad. Había que hacer dos goles. Su padre, curtido en dolorosas derrotas, simplemente le dijo: “hoy, joven, ganamos. No más”.

Son las 9 y 17 minutos de la noche, llegó un grito ensordecedor. Omar Pérez rescató un centro del gran, gran Mario Efraín Gómez  y abrió una pequeña rendija a la esperanza. Era tiempo de ilusión. Era tiempo de cambiar la maldita historia.

Son las 9 y 49 minutos, Carlos Váldez se desploma. Nadie escucha el pitazo. Penal. Faltaban tan sólo 6 minutos para la derrota, pero el sonido de ese silbato retumbó y todos se abrazaron. Después, de ese segundo todo fue delirio.

Fiel a su historia, Santa Fe luchó, con nueve hombres, para dar vuelta a la adversidad. Pateó y Pérez y todo fue esperanza. Locura. El Campín era un solo abrazo. Había vida.  Ya cuando todo se apagaba había esperanza. Como siempre en la vida. Como siempre con Santa Fe.

***

Son las 10 y 23 minutos. Si Germán Centurión atinaba al arco era el final. Llegaba un golpe más. El peor de todos. Ganaría el rival. Panorama devastador: toma impulso lanza y… Esas preciosas manos.

Un grito ensordecedor se apodera del palacio de la 57. Agustín Julio, ese hombre desgarbado de sonrisa constante había detenido el peor golpe. Evitó, con esas preciosas manos, ese gol que era derrota. Evitó la mayor tristeza de todas.

De nuevo el gran Marío Efraín. Ejecuta con seguridad. Anota. Es tiempo de gloria. El protagonista de esta historia, aprieta un botón de esa chaqueta especial, y dice con seguridad, “llegó nuestro momento. Es tiempo de llorar”.

Su dispuso, Óscar Altamirano,  corrió displicente y pateó. Entonces, esas preciosas manos, una vez más. El tiempo se detuvo. Todo quedó paralizado. Créame, todos, los 40 mil, ensimismados, subieron y conocieron el cielo tan pronto Agustín Julio detuvo ese disparo.

Son las 10  y 42 minutos de la noche: Nirvana. Independiente Santa Fe otra vez campeón. Él llora desconsolado, fundido en el mejor de todos los abrazos con su padre y su hermano. Ya nada importa. La chaqueta, la oficina, la madrugada. Nada. Todo se reducía a: Nirvana.

lunes, 15 de octubre de 2012

Amor en tiempos de regueton


Se movía de forma tan sugestiva que el muchacho tenía poco que hacer. Sus caderas, aún en formación, se agitaban de forma tan lasciva que emocionaba a todos los hombres alrededor.

Ella, se sabía dueña de la escena. Siendo optimistas tenía 16 años, pero se movía como una mujer experimentada. La cadencia con que bailaba, uno de los cientos de reguetones que sonaron en la noche, la hacía irresistible. Su pareja, otro niño que está lejos de conocer la cédula, recorría con sus manos el cuerpo de la niña. La imagen es, como mínimo, surrealista.

Antes que la canción termine (con el ritmo del regueton es difícil determinar el final) llega un nuevo beso. Más que pasión, o romanticismo, los niños dan un espectáculo de lujuria. Poco importa, es una escena tan repetida que pasa desapercibida. Las manos del joven eran tan inquietas como las de un alcalde firmando contratos el último día de su gestión. El contexto asusta.

Son las 3 y 15 de la mañana, la noche del domingo es fría, bueno por lo menos en la calle. En la sala de esa casa todo era caliente. La sangre, las hormonas, el trago barato, el olor a mariguana, la oscuridad, el sonido de besos interminables y manos inquietas son los ingredientes del cóctel sensorial que era esa reunión.

Niños y niñas bailan, sudan, pero no experimentan. No pasan de los 17 años, pero venden una imagen de confianza y fiereza, dignas de una batalla de leones por conseguir hembras. Aunque todos intentan ser diferentes, se visten igual, se peinan igual, hablan igual y se mueven igual, por paradójico que suene.

Usan gorras americanas, chaquetas con capotas, zapatillas casi siempre blancas o claras. Como en los años 60 la gomina (le dicen gel) es tendencia. Por su parte, las niñas se esfuerzan por verse como mujeres: ropa ajustada, cabello increíblemente liso y zapatillas de cualquier color. La motivación es ser diferentes y, al final, son todos fotocopias.

La escena se repite. Envalentonados por el alcohol barato que consumen, los niños se abalanzan sobre las niñas tan pronto suena el primer golpe de la canción. Ellas bajan la mirada, se mueven el cabello y comienzan, de nuevo su lap dance criollo.

Créame, las palabras de mamá y papá sobre los cuidados y los problemas que acarrean el sexo temprano ellos las conocen hasta la saciedad. Pero nada importa. Lo único que vale es saciar ese deseo incontrolable de tocar, mirar y percibir. Lo único que importa es que ese regueton no se acabe sin que  “haya algo de cariño”, como dicen socarronamente.

Tampoco importan las estadísticas de embarazos juveniles. Ni que esas cifras sean el primer indicativo de subdesarrollo de un país. Créame, mientras ellos bailan esa música monotemática, no les importa que en Colombia el promedio nacional de mujeres entre 15 y 19 años que han sido madres o están en embarazo es del 23,5 por ciento.

Son las 5 y 35 de la madrugada. La noche no se ha ido, pero aquella pareja sí emprende camino. Tomados de la mano abandonan la fiesta. Cumplieron la tarea. Como los leones de la manada, ellos ganaron el derecho a crías. Puede que no. Puede que la madre, que está durmiendo tranquila, tenga una noche más de suerte, y que su hija no caiga en las redes de sus deseos. Deseos, que más temprano que tarde, se transformarán en un nieto que ella tendrá que educar y mantener. Pero puede que sí, vaya uno a saber.

Dicen que las sociedades son su juventud. Bien, la colombiana, en buena medida, está empecinada en reproducirse a ritmo de regueton.

Así son los amores en los tiempos del regueton. Nada importa.

jueves, 9 de agosto de 2012

Malo


Su mirada indicaba que yo era inferior. Que él, por tener el valor de acuchillar a alguien sin remordimiento alguno, es superior. En un país como Colombia, mucha razón tiene.

Aunque cada día me levante silenciosamente a trabajar, soporte el infame servicio de Transmilenio y procure no maltratar ni al defensa del equipo rival en la cancha de futsal, yo soy su enemigo más intimo. Y me odia, a muerte. Así nos conozcamos hace 46 segundos.

*Efraín, no se sonroja al decir que yo soy un hijo de puta, que mucho no me diferenció de él. A pesar que, este robusto señor ha utilizado los últimos 10 años de su vida robando personas en la calle, mientras, yo he gastado el mismo tiempo escribiendo pendejadas, detrás de un computador.

“Pasa, mijo, que usted no tiene los huevos de hacer las maldades que piensa. Yo no pienso, actúo, y lo robo o lo mato. Así de fácil, mijo”, dice. En un país como Colombia, mucha razón tiene.

Lo que al principio de la charla era incredulidad, terminó siendo asco. *Efraín relata sus crímenes como hazañas. Los describe como un triunfo sobre aquellos cobardes, que no tienen los huevos de sobrevivir quitándole, con violencia, lo poco que los ladrones de corbata permiten lograr, honestamente.

“Mijo, ¿trabajar, para qué? Si viene un socio y a la bajada de un puente muestra cuchillo y listo. O si no, toca pagar servicios, para que las ratas del centro (los políticos) roben igual. Mejor ‘hacer vueltas’ y vivir bien”, dice. En un país como Colombia, mucha razón tiene.

*Efraín logró desactivar esa zona del cerebro donde, por alguna reacción química (vaya a saber uno cuál), te hace respetar a otro individuo, sus pertenencias, sus logros y, sobre todo, su vida. Todo esto es indiferente para este animal, que siempre está al acecho, con odio, a la espera de un nuevo enemigo.

El iris de sus ojos es rojo, parece que estuvieran sangrando. Cuando se siente en confianza, *Efraín cuenta historias, con detalles escalofriantes. Relata que, antes de llegar a la entrevista robó a una anciana en un puente peatonal. Muestra su navaja dorada, como si fue un ídolo pagano; la venera.

Omito preguntarle por familia o amigos. No quiero pensar que el enemigo que tengo del otro lado de la mesa tiene sentimientos o afectos, como yo. No quiero conceder ese margen.

*Efraín habla de sus crímenes como quien cuenta una jornada de trabajo, al llegar a la casa. Ni siquiera me advierte por lo que deba escribir. Confiado dice, “en la universidad (cárcel) ya estuve. Sé que allá vuelvo, mijo. Uno no cambia, por unas rejas”. En un país como Colombia, mucha razón tiene.

Por más que mi repulsión busca lejanía filosófica de este criminal, muchas de sus reflexiones ajustan  (se enquistan, mejor) en mis principios y costumbres –eso somos-. Hasta el día de esa conversación, era de los miles que creía en la falacia de ´los buenos somos más’.  Resulta que personas como *Efraín se  multiplican cada día. Son ellos, lo que entienden que todos somos muy malos, sólo que unos empuñan un arma y otros, silentes, encontramos mejores formas de robar.

Se levanta, aprieta mi mano y me dice, “mijo, cuídese, que la calle está muy peligrosa. Cualquier pendejo lo puede matar por no darle el celular o por bailar regueton con la nena, que no es. Ojo por ahí”.  En un país como Colombia, mucha razón tiene.

*Efraín, por seguridad, es un nombre cambiado.

miércoles, 25 de julio de 2012

La pistola tiene dos lados

Cayó fulminado. Sus ojos cafés, heredados de su mamá, buscaban a su agresor antes de tocar al suelo. Quería que lo recordará por siempre.

Mientras ella cocinaba una sopa de pasta, su hijo corría despavorido por una calle oscura de Mitú (Vaupés), empuñando una pistola que aún estaba hirviendo.

En 2002, Víctor* aceptó que había asesinado a aquel hombre de los ojos marrones, el 23 de septiembre de 1999. Cabizbajo, pero sin vergüenza alguna, afirmó que no era su intención, pero que los nervios, combinados con la inhalación de pegante, hicieron que su arma hechiza matará a ese desconocido. Cada noche, decía, se lo encontraba en sus sueños.

María Amparo Asprilla* dejó de llorar por su hijo, más bien lo entendió y lo ayudó. Fue, como miles de mujeres colombianas, una cómplice de la maldad reinante. Ella simplemente se escuda en el amor maternal.  Durante 3 años, sus fines de semana se dividían entre la fila de una cárcel y la cocina.

Alta, desgarbada, morena y flaca, María Amparo tiene una voz seca y resignada. Al hablar de su hijo mira fijamente el suelo. Cuando levanta su cabeza lo hace de forma desafiante para asegurar que lo ama, como a nada en el Mundo.

Notoriamente molesta, responde “un error lo comete cualquiera, esa vez le tocó a Víctor”, cuando le preguntan, “¿qué se siente ser la mamá de un asesino?”. Aprieta sus dientes, pasa su mano por la cara y ofuscada continúa, “su pecado lo pagó”.

Su vida cambió segundos después de que su único hijo apretó el gatillo. Capturado a pocas cuadras del crimen, Víctor tardó tres años en confesar su crimen. Cuenta María Amparo, que a ella nunca fue capaz de admitírselo.

Durante el juicio tuvo que enfrentarse con los familiares de la víctima, que decían perdonar a Víctor por su error, mientras pedían justicia, como si eso fuera posible en un país como Colombia. Pero su mayor contrincante fue un abogado que pedía dinero como  presentador de televisión en plena teletón.

Siempre supo que su hijo era culpable. Aún así se prostituyó para pagar los honorarios de un abogado que ni siquiera tenía la decencia de darle la mano para saludarla, y para darle dinero a su hijo, que seguramente lo gastaba en drogas y tóxicos.

Durante el día se ilusionaba con las mentiras que le compraba al sátrapa de vestido fino, que ella llamaba doctor y la juez llamaba abogado. En la noche llamaba a ‘sus amigos’, para brindar un servicio. Las madrugadas eran para llorar, recordando que su Víctor la iba a sacar de la pobreza jugando al fútbol.

Un día dejó de llorar. La única noticia real que supo recibir de su abogado fue que Víctor había sido apuñalado hasta la muerte en la cárcel. Fue en noviembre de 2003, desde ese día esconde sus lágrimas, como tantas otras mujeres de Colombia.

María Teresa está del otro lado de la pistola. Del lado que se estremece, se tira para atrás y corre asustada, mientras mira fijamente la cara de un muerto más. Hizo lo posible, trabajaba todo el día e intentó darle un mundo mejor a su hijo. Sus esfuerzos concluyeron con un asesino que al final de sus días sólo podía inhalar pegante…

Empeñados en pensar que Colombia se divide en buenos y malos, en indignados e indiferentes, bajamos la cabeza como caballos sólo para olvidar que detrás de cada muerto hay una historia que desgarra el alma, sin importar de qué lado del arma estemos.

*María Amparo Asprilla y Víctor son nombres ficticios. La protagonista de esta historia falleció en marzo de 2010, en Bogotá.

martes, 17 de julio de 2012

Alegría eterna

Lloras. ¿Qué haces cuando ese momento que soñaste cada día de la vida, deja la lejanía del cielo para convertirse en realidad?

Lloras.

Lloras como nunca antes. Lloras fundido en un abrazo, con aquellos que no sólo entienden tu locura, sino que además la patrocinan.

Tantos momentos soñando ese segundo, tantos días escribiendo esta columna, para encontrar que me quedé sin palabras. Porque, por más que los mejores escritores lo hayan intentado, no hay palabras para describir la verdadera felicidad. No hay palabras, sólo lágrimas.

El domingo 15 de julio de 2012, a las 19 horas con 50 minutos, pocos fuimos miles y miles fuimos uno. Todos unidos en un mismo grito, en un sólo abrazo y en sola palabra: Campeones.

Santa Fe Campeón.  Mientras digito estas dos palabras tengo que ver el periódico nacional, escucho la radio y veo, de reojo, la pantalla del televisor: todos lo confirman. No fue uno más de esos sueños que alegraron muchas noches. No, esta vez  es una realidad, la mejor realidad de todas.

Porque aquel que algún día se haya hecho llamar hincha de Santa fe, así sea por un día, aquel que asiste siempre al estadio, aquel que lo hace ocasionalmente, aquel que lo hace simplemente para los acontecimientos espaciales fue por un momento uno, uno que desde hoy se puede hacer llamar campeón.

Y Santa fe fue campeón a lo Santa fe. Los segundos, la medida de tiempo que por años se divirtió con nosotros, por momentos eran muy cortos y después de ese mágico gol de Jonathan Copete, eran interminables. Todos, sabían, sin decirlo que la victoria llegaría de la mano de la angustia, es nuestra historia, y la cumplimos a cabalidad.

Todos los grandes calificativos aplican. Con el transcurrir de los días miles se escribirán y se dirán. Yo, sólo puedo pensar en una orgia masiva, y disculparán las lectoras, pero tanto disfrute y realización es para ese tipo de escenarios. Fue una fiesta pagana (como dice Eduardo Galeano) que involucró a miles de incrédulos, que fuerza de golpes tenían que esperar hasta consumarse, como en la orgía, para creer.

El querido rojo, cambió el curso de su historia volviendo a ser Santa fe. Jugadores de la cantera, que de tanto enfundarse la camiseta, desde niños, entendieron el valor. Técnico de la cantera (a quien le daremos el párrafo que merece) y directivos que, antes de directivos son hinchas, que fallan, y fallarán, como dirigentes, pero aciertan como hinchas.

La séptima estrella, esa tan anhelada, llegó gracias a hacer las cosas bien. Se mantuvo una nómina, un estilo de juego. Las formaciones se repetían, (un fenómeno extraño en este fútbol moderno donde los jugadores más parecen rockstars, por la forma en que cada 6 meses cambian de ciudad), jugando a la medida del contexto. Las cifras hablan por sí solas: Santa fe en 26 fechas sólo perdió 3 partidos, poco más para agregar.

Dicen que la historia sólo recuerda a los ganadores, hoy es momento de mirar atrás: allá en 2005 el equipo estaba a 8 puntos de la zona descenso, de la mano de Germán ‘Basilico’ González y sus muchachos  llegamos a una final, el logro fue otro: nos quitaron el lastre de los noventas que fueron un solo suspiro desesperado. También hay que aplaudir a Croydon, que en el momento más álgido creyeron en una marca que estaba en el suelo. Y, también, recordar al señor Arturo Boyacá, que puso el cimiento de esta nómina. A todos gracias.

Yo, William Rincón, sentí que levanté el trofeo cuando lo levantó Wilsón Gutiérrez. El director técnico es bogotano, supo pasar el duro camino de ser profesional en Santa fe. Fue capitán en aquella década del noventa, donde el único logro era sobrevivir. Cuando el fútbol terminó, nació Wilsón el DT, y lo hizo entrenando a los jóvenes. Paso a paso llegó a un banco, que ni él mismo creía estar. Como todo joven fue subestimado, en los momentos difíciles habló y sólo decía la palabra trabajo. A fuerza de logros se ganó el aplauso,

Wilsón Gutiérrez, el hincha, el jugador, el técnico era usted o yo. Estuvo en las malas, y las peores, trabajó por ese Santa fe silencioso, el de la cantera y de la mano de esos niños que un día entrenaba en campos bogotanos  logró lo que muchos fallaron. Jugó, amó, logró y trabajó con Santa fe, como usted o como yo.

Jugadores, cuerpo técnico y directivos de Santa fe: Ustedes no tienen ni la más remota idea de lo que hicieron. Generaciones y generaciones hablarán de su logro. Sus nombres serán repetidos como una plegaria por niños que aún no han nacido, como muchos recitábamos la bella nómina de 1975. Porque así somos los hinchas del Rojo, sabemos que el verdadero amor no necesita celebraciones, simplemente necesita una ilusión.  Ilusión que se transforma en historia, en tradición, en historia, que se transforma en Santa fe.

El espacio se acaba y siento que me falta mucho por escribir, debe que ser que aún no asimilo lo que ocurrió. Puede ser, también, que las palabras no pueden condensar el sentimiento actual, o por lo menos dimensionen lo que ocurrió. Simplemente mis lágrimas concluyen esta alegría eterna…

Este escrito también fue publicado en el portal: www.misantafe.net: 

lunes, 14 de mayo de 2012

¿Y los movimientos estudiantiles?


¿Qué es la vida de los movimientos estudiantiles en Colombia? Que lejana se ve la imagen de esa congregación de jóvenes que, a fuerza de organización, argumentos y manifestaciones pacíficas fueron capaces de poner en ridículo a una Ministra de educación (que tampoco es tan difícil, a decir verdad) y echar para atrás una reforma a la educación, que no tenía ni pies, ni cabeza.

Y digo parece una imagen que se pierde en el tiempo, y en la convulsionada realidad de un país tropical, porque como es históricamente usual los movimientos estudiantiles salieron de la agenda del país. Diera la impresión -y es sólo la impresión- que las agrupaciones de estudiantes mataron el tigre y se asustaron con el cuero.

En diferentes democracias los movimientos y agrupaciones estudiantiles han sido el termómetro de la historia de los países. Ejemplos varios: Argentina, Cuba, Brasil, y más cerca en el tiempo Chile. Ante las problemáticas civiles y sociales se pronunciaron, y no sólo se quedaron en esa facilidad, también, propusieron soluciones viables que llegan en primera instancia a los poderes públicos y luego a la consideración de la sociedad en general.

En Colombia, los movimientos estudiantiles mantienen un estancamiento. No pasan, en muchas ocasiones, de su propia burocracia donde todos opinan, pero pocos hacen. Mantienen un halo de misterio ante el común de los colombianos, una distancia que se ha acrecentado con los años, hasta llegar a ese triste estereotipo que se mantiene actualmente: congregación de estudiantes igual a trancón y disturbio.

El 2011 pareció un punto de quiebre. Si se quiere una comunión entre las agrupaciones estudiantiles y el colombiano de a pie. Lucharon por un objetivo similar y lograron un triunfo histórico. Y la referencia no es aquella ley absurda que terminó en un archivador. Es, mejor, esa demostración que ante un objetivo común las manifestaciones argumentadas, que proponen soluciones viables, unen al pueblo bajo una misma consigna.

Para el 2012 se esperaba una actividad parecida de los estudiantes. Nada de eso. Se llamaron a silencio.  Volvieron a lo que  parece ser su lugar histórico: el ostracismo. Lejos de la agenda informativa o la consideración. No hay duda de que siguen trabajando, que se siguen moviendo, por un país mejor, pero simplemente se mantienen distantes, lejanos de ese colombiano al que pareciera desprecian o ven como inferior, desinformado e ignorante.

Vendrá, entonces, la retahíla de los medios. Que están arrodillados, que solo muestran lo malo, que no se preocupan por investigar, y tantas otras verdades a medias. Pensar que hace unos meses los estudiantes acaparaban todos los titulares, las entrevistas y las encuestas, con algo tan viejo como simple: propuestas y soluciones.

Al final, queda esa pequeña memoria colectiva del segundo semestre del 2011, donde los movimientos congregaron estudiantes, congregaron profesores, congregaron ciudadanos. Esa pequeña reminiscencia que sí se puede, que ya lo hicieron. Que por fin de le quitaron el silencio a los inocentes ¿Podrán volver?

martes, 17 de abril de 2012

Legalización, la palabra prohibida

Hace pocas semanas, el reconocido periodista Andrés Opeenheimer entrevistó a Juan Manuel Santos, para la cadena CNN en español. Motivo de orgullo para el presidente de los colombianos, que es tan adepto a los medios -más internacionales-, sobre todo si es para vender humo.

El motivo de la entrevista fue la Cumbre de las Américas. Una de esas tantas reuniones donde no pasó nada, pero se vendió como todo un acontecimiento. El curtido periodista interrogó al mandatario respecto a su posición sobre el espinoso tema de la ‘legalización de la droga’. Que sería lo único que haría medianamente interesante la Cumbre, donde papá Estados Unidos saludó resto de los nenes de la región, y ya.

El rostro del presidente cambió, como si le hubieran pisado el juanete. Estreñido, Santos, corrigió al entrevistador; “no estoy hablando de legalización alguna. Proponemos hacer una revisión a la política anti drogas, nada más”, dijo escueto y medio asustado.

“Si los mandatarios dicen que la forma como estamos enfrentando el flagelo de las drogas está mal, la corregiremos. En caso de estar bien, la mantendremos. Solo queremos poner el tema en el tapete”.

No dijo nada. Como decía Chimoltrufía, “como digo una cosa, digo otra”. Como es costumbre en Santos, no se comprometió. No se inclinó para ningún lado. Ni frío, ni caliente: simplemente tibio.

Lo paradójico del asunto es que, Santos no pudo sobrepasar el miedo de hablarle a papá Obama a los ojos y plantearle algo que es tan viejo como real: Estados Unidos pone la diversión y Colombia pone los muertos que implican el tráfico de drogas.
Santos está cansado de atrapar capos y capos, sabiendo que, más se demoran en llevarlos a la cárcel y organizar la rueda de prensa, que un nuevo delincuente asuma su posición. Círculo conocido, que no tiene cómo romperse, a causa del orgullo y buen nombre de los popes del Norte.

Los del Norte son esas celebridades que acaban con su vida de forma lenta esnifando todo lo que se les atraviesa. Mientras que los del Sur se matan unos a otros de forma casi animal, para saber quién gana unos billetes más o unos billetes menos. Suena como un negocio redondo: enfermos se siguen suicidando poco a poco, mientras perversos matan y matan. El problema son aquellos infelices que quedan en la mitad entre Sur y Norte que han sido testigos de cómo todo alrededor se desangra llevándose seres queridos por doquier.

La respuesta oficial (ósea la de papá USA) fue simple: violencia contra violencia, muerte por muerte. Esfuerzos, dinero, mucho dinero y, sobre todo, vidas han sido entregadas en una lucha estúpida que se parece a una entrevista del Alcalde de Bogotá: un aburrido barril sin fondo, ni fin.

Legalización, la palabra que no se pronunció en la Cumbre de las Américas, suena como una solución temeraria y lejana. Resulta un concepto que implicaría total la individualidad. En palabras más simples: que cada quien haga con su cuerpo y su futuro lo que le plazca. Está máxima resulta imposible de concebir para estructuras estatales basadas en el control y la observación.

Ahora, para darle algo de equilibrio a la premisa, hay que plantear el lado no tan romántico de la famosa ‘legalización’. El concepto es bonito siempre y cuando no me afecte a mí ó algún ser querido.

Escena lejana: en un parque, rodeado de niños un hijo, hermano, primo, amigo, etc (perdón a los fanáticos de la igualdad idiomática, es una tontera) consume sustancias psicoactivas, porque la ley y la sociedad se lo permiten. La libertad de acción se lo permite. ¿Qué pasa? ¿Tanta libertad se malogró? ¿Y ahora qué hacemos?
Se plantea un supuesto lejano -más teniendo en cuenta la filosofía de papá USA-, pero es bueno proponer una discusión desde los argumentos y los diferentes escenarios, y no simplemente quedarse en los principios energúmenos y mamertos, donde la educación es olvidada y la violencia es reivindicada.

Al Presidente de los colombianos se le arrugó el botox, literalmente, pronunciar la palabra ‘legalización’ en una Cumbre donde el papá de los pollitos participó, sería bueno que para los de a píe, los que conocen la parte no tan bonita de Cartagena, no les siga dando pereza discutir en torno a la palabra prohibida, a ver si algún dejamos de matarnos unos a otros mientras un gringo sigue esnifando.

viernes, 23 de marzo de 2012

Los hijos de la abuelita

Difícil saber quién estaba más asustado en ese momento. Él, que empuñaba con fuerza ese pequeño puñal, mientras emanaba un intenso olor a pegante; o ella que sólo pensaba en su costoso celular, que aún no había terminado de pagar.

En el medio, un infeliz que, además de ser robado por un niño que no superaba los 16 años, veía una bonita indiferencia de lo que prometía ser un buen prospecto de pareja.

Al final, el susto se convirtió en un popular puntazo en la pierna del infeliz, mientras el púberto se llevó una pobre cantidad de dinero. Ella, salvó su preciado celular y perdió un novio, que tampoco era la gran cosa.

Ser asaltado (y hasta atacado con arma blanca) es casi una obligación en Bogotá. Como una atracción turística que tarde o temprano todos tienen que vivir. Tampoco es muy novedoso que un niño aturdido por la inhalación de tóxicos robe (y un romántico momento mate) a cualquier miserable que pase una avenida en el momento justo, a la hora indicada. Así vivimos. Así morimos.

Asaltado, poderosamente soltero, de nuevo, cortada mediante, aquel pobre no paraba de preguntarse por la mamá del ladronzuelo. Y no sólo por mentarla. La duda estaba ligada a la actualidad de un país que se desangra desde la más temprana edad.

Por qué no pensar que a esa misma hora, mientras su hijo –anestesiado por la droga- atacaba sin miramientos a cualquiera por alguna moneda, ella estaba rompiéndose el lomo por llevar algo medianamente decente para comer. Claro, es más fácil suponer que ella, en el mejor de los casos, no existe. Y si está, poco le importa el corto futuro de ese hijo que apuñaló sin compasión alguna.

Ligados a una cadena de bastardos errores, niñas traen al mundo pequeños que la pobre abuela tiene que educar, al mismo tiempo que trabaja, y es golpeada por algún fortuito jugador de turmequé, que entre más toma más cariño tiene para brindar con sus puños.

Es una cadena que no acaba. Uno tras otro aparecen y aparecen niños que no saben cuánto vale una vida y aún así la traen o la arrebatan del Mundo. Inconscientes. Al momento de buscar responsables, siempre hay que acudir a la cadena obvia que comienza con una madre, transformada en abuela, con menos de treinta años, para luego de muchas ramas llegar a un Estado tan podrido y corrupto, como inalcanzable e indiferente

La Bogotá del ‘el profeta Petro’ entregó dos imágenes. El viernes 9 de marzo, la ciudad rayaba en la anarquía, mientras la crisis para el alcalde se reducía en aquellos que lo culpaban en una red social (sí, una red social). A la mitad de la convulsionada tarde un grupo de jóvenes estaba encaramado a un bus de Transmilenio en movimiento.

Había de todo. Los que sabían qué estaban haciendo, por qué (o por quiénes lo hacían) y contra quién lo hacían. De otro lado, estaban ellos, los hijos de la abuelita. Aquellos que corrían lejos del humo, con una carcajada, después de destruir todo a su paso. Sin respuestas, sin preguntas, sin preocupaciones. Simplemente, querían destruir. No había más quehacer esa tarde, era tomar trago en una caja, robar o simplemente paralizar la capital de un país.

Para ellos, para los que vienen, nada importa. Sólo, qué puedo hacer hoy. Qué verbo puedo conjugar: vivir, morir, robar, fornicar, embarazar, matar… Más no importa, si sus antecesores nunca se preocuparon por cómo venía la mano en el pasado, ¿Por qué ellos les debe importar el dizque futuro de una nación?

Dicen que las naciones son las generaciones venideras. En un pequeño rincón de América del Sur el futuro está en manos de hijos de sin madres, pero con abuelas. Y de infelices que se dejan robar, preocupados por un celular costoso, de un niño con olor a pegante.

lunes, 16 de enero de 2012

Petro aprobó la reelección

Cuando el flamante alcalde de Bogotá decidió lanzarse al cargo, por allá en agosto de 2011, implícitamente le dio una palmada en la espalda al actual mandatario para que siguiera carburando el tan deplorable proyecto de reelección.

Entiende, Petro, que no tiene la infraestructura, ni la espalda para hacerle competencia a un presidente que ha planteado programas y proyectos tan ambiciosos, como demorados, cuyo mayor logro –hasta el momento- es haber cumplido con una de las premisas más viejas y más importantes de la política: darle de comer a todos en la mesa.

Esa famosa unidad, que no es más que puestos y cuotas para los popes de siempre (o por lo menos para los más importantes), lejos de premiar a quienes tienen los meritos para hacer una gestión pública, celebra a quienes, en el momento justo, apoyaron el proyecto presidencial -ya sea desde la campaña o ahora desde el Congreso aprobando todo-.

En esta cruzada silenciosa que emprendieron los partidos políticos tradicionales, con anuencia expresa de los medios, el alcalde de Bogotá juega un rol preponderante. No se puede olvidar que en 2009 Petro obtuvo una votación de casi 5 millones de personas en la elección presidencial, lo que hacía suponer que se convertiría en la fuerza de oposición de la unidad santista (claro, eso en una sociedad política seria).

Muy por el contrario, Petro optó por integrar la mentada unidad y, como dicen las esposas, tomar las cosas con calma y le dio tiempo al tiempo. Entiende que en medio de tanto romance político, una voz disonante (léase oposición) sería visto como un ‘loco en el desierto’, como aquel Ex Presidente que, desde las redes sociales, no tiene con quién pelear y se volvió intrascendente.

El objetivo es el 2018 (igual que el de la Selección Colombia), y qué mejor plataforma que la alcaldía de la capital para mantenerse más que vigente, consolidando un partido político con las mismas bases y vicios de los partidos más recientes, que se han fundado sobre la base del poder y no sobre una base de respuesta a los conflictos sociales.

La llegada al Palacio de Lievano simplemente requirió una buena de dosis de demagogia y listo. Con los contendores que tenía no necesitaba mucho más. Con una votación irrisoria -700 mil votos- alcanzó el puestico. La minoría que lo escogió le dijeron lo que quería oír. Le dieron bálsamos, placebos. Palmadas en el hombro. Les resultó más fácil escuchar respuestas demagógicas, facilistas, que en realidad no tienen asidero desde el desarrollo real y sostenible en el tiempo.

Pocos se tomaron el trabajo de leer su programa de gobierno que, como mínimo, es inviable. Y ha quedado demostrado en los primeros días de su mandato: sus proyectos más rimbombantes se han convertido, poco a poco, en ‘reformillas’ pequeñas que no tienen ni ton, ni son. El buen Roy Barreras de La Luciérnaga tiene una palabra que las define: ‘Rechimbo’.

En medio del entramado político y la reinante inviabilidad, están los 7 millones de bogotanos que siguen padeciendo las ‘delicias’ de esta ciudad cada vez más peligrosa, más inmóvil, en definitiva, más inhumana. Mientras que su flamante alcalde habla de toros…

Luis Ignacio Lula, ex presidente de Brasil, dijo alguna vez que “un buen presidente no necesita de reelecciones”. Premisa que, hoy, solo genera sonrisas entre los padres de la patria que proponen reformas y proyectos a tan largo plazo que son más bien inviables.

Todos juegan a lo seguro. Tienen un acuerdo tácito por reelección. Saben que todos están disfrutando de una unidad que parece un bus de pueblo: con puestos para todos, incluyendo a Petro que realmente está jugando un juego largo con un objetivo simple: ser presidente, como si fuera la gran cosa.