jueves, 9 de agosto de 2012

Malo


Su mirada indicaba que yo era inferior. Que él, por tener el valor de acuchillar a alguien sin remordimiento alguno, es superior. En un país como Colombia, mucha razón tiene.

Aunque cada día me levante silenciosamente a trabajar, soporte el infame servicio de Transmilenio y procure no maltratar ni al defensa del equipo rival en la cancha de futsal, yo soy su enemigo más intimo. Y me odia, a muerte. Así nos conozcamos hace 46 segundos.

*Efraín, no se sonroja al decir que yo soy un hijo de puta, que mucho no me diferenció de él. A pesar que, este robusto señor ha utilizado los últimos 10 años de su vida robando personas en la calle, mientras, yo he gastado el mismo tiempo escribiendo pendejadas, detrás de un computador.

“Pasa, mijo, que usted no tiene los huevos de hacer las maldades que piensa. Yo no pienso, actúo, y lo robo o lo mato. Así de fácil, mijo”, dice. En un país como Colombia, mucha razón tiene.

Lo que al principio de la charla era incredulidad, terminó siendo asco. *Efraín relata sus crímenes como hazañas. Los describe como un triunfo sobre aquellos cobardes, que no tienen los huevos de sobrevivir quitándole, con violencia, lo poco que los ladrones de corbata permiten lograr, honestamente.

“Mijo, ¿trabajar, para qué? Si viene un socio y a la bajada de un puente muestra cuchillo y listo. O si no, toca pagar servicios, para que las ratas del centro (los políticos) roben igual. Mejor ‘hacer vueltas’ y vivir bien”, dice. En un país como Colombia, mucha razón tiene.

*Efraín logró desactivar esa zona del cerebro donde, por alguna reacción química (vaya a saber uno cuál), te hace respetar a otro individuo, sus pertenencias, sus logros y, sobre todo, su vida. Todo esto es indiferente para este animal, que siempre está al acecho, con odio, a la espera de un nuevo enemigo.

El iris de sus ojos es rojo, parece que estuvieran sangrando. Cuando se siente en confianza, *Efraín cuenta historias, con detalles escalofriantes. Relata que, antes de llegar a la entrevista robó a una anciana en un puente peatonal. Muestra su navaja dorada, como si fue un ídolo pagano; la venera.

Omito preguntarle por familia o amigos. No quiero pensar que el enemigo que tengo del otro lado de la mesa tiene sentimientos o afectos, como yo. No quiero conceder ese margen.

*Efraín habla de sus crímenes como quien cuenta una jornada de trabajo, al llegar a la casa. Ni siquiera me advierte por lo que deba escribir. Confiado dice, “en la universidad (cárcel) ya estuve. Sé que allá vuelvo, mijo. Uno no cambia, por unas rejas”. En un país como Colombia, mucha razón tiene.

Por más que mi repulsión busca lejanía filosófica de este criminal, muchas de sus reflexiones ajustan  (se enquistan, mejor) en mis principios y costumbres –eso somos-. Hasta el día de esa conversación, era de los miles que creía en la falacia de ´los buenos somos más’.  Resulta que personas como *Efraín se  multiplican cada día. Son ellos, lo que entienden que todos somos muy malos, sólo que unos empuñan un arma y otros, silentes, encontramos mejores formas de robar.

Se levanta, aprieta mi mano y me dice, “mijo, cuídese, que la calle está muy peligrosa. Cualquier pendejo lo puede matar por no darle el celular o por bailar regueton con la nena, que no es. Ojo por ahí”.  En un país como Colombia, mucha razón tiene.

*Efraín, por seguridad, es un nombre cambiado.

1 comentario:

  1. Willian, en mi trajinada vida he tenido la buena/mala fortuna de conocer muchos "Efrain" los cuales por muchos motivos,algunos justificados otros inventados carecen de cualquier respeto por la vida ajena y las mínimas normas.

    recuerdo a uno que me contó que el hacia eso"robar y matar" porque le toco ver como un familiar se moría porque no tenían dinero para que lo atendieran en una clínica. y desde ese día se juro hacer lo que sea para que nadie en su casa pase trabajo.

    La verdad es que se necesita muy poco para que una persona tome el camino del mal, por lo cual ser bueno en Colombia es como ganarse una medalla de oro olímpica.

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