miércoles, 19 de diciembre de 2012

Petro el mesías megalómano



A Gustavo Petro lo acompaña el síndrome mesiánico, que inunda a muchos individuos que tienen  cargos públicos en Latinoamérica: cree tener razón siempre, cree tener todas las respuestas. Cree que todos están errados, menos él.

Gustavo Petro no quiere lo mejor para Bogotá. No. Quiere demostrar que tiene razón y que todos sus detractores están equivocados. La premisa lo lleva al peor escenario para una persona como él: tener que bajar la cabeza y  dar un paso atrás.

El episodio de las basuras  presentó de cuerpo entero al personaje. Presentó a ese Gustavo Petro que siempre  tiene todas las respuestas, así todas sean incorrectas. Aprovechó que el contrato con los recolectores privados terminaba y quiso poner en marcha su modelo de ciudad, esa que sólo entiende él y nadie más. Esa que califica como: ‘incluyente’. Esa que no tiene ni un documento que la sustente.

Y entonces, apareció otra característica típica de los mesías con cargo público: la demagogia. Gustavo Petro aplicó la fórmula más sencilla del poder público, apelar a las diferencias sociales. Al discurso de los ricos y los pobres. Al viejo discurso, del rancio burgués contra el desafortunado pujante. El resultado, el de siempre, sectarismo y polarización.

Gustavo Petro utilizó eufemismos como ‘mafias’, ‘manos negras’, ‘poderes oscuros’. Como siempre, los mesías necesitan enemigos. Para que la leyenda del héroe  funcione se necesita un malvado, del que tiene que salvar a esos ciudadanos que están enceguecidos en su propio mundo.

En la fecha límite, 18 de diciembre de 2012, ocurrió lo que todos sabían que iba a ocurrir (todos excepto el mesías de la Casa de Liévano y sus áulicos). Mientras las basuras se posaban en las calles, los recolectores privados reían en sus oficinas.

Veían, los privados, como Gustavo Petro se quedaba sin respuestas. Veían, como su modelo de expropiación caía por el lado más simple: no tenía ni la infraestructura (camiones y tecnología), ni el recurso humano para cumplir lo que ellos llevan haciendo, deficientemente, por décadas.

Y, entonces, Gustavo Petro, en medio de su efervescencia y su tierna sublevación detrás de un celular con redes social, dio marcha atrás. Bajó la cabeza y aceptó. Claro, afirmó que todo fue un éxito y que aquellos que estaban antes lo harán mejor. Los mesías siempre tienen la razón. Por una razón: porque sí.

Aquellos que creen tener todas las respuestas no se asesoran. Entiende que la razón es propiedad individual. Nadie en la cuidad se le ocurrió preguntar por el gerente de Aguas de Bogotá, el adefesio que creó Gustavo Petro en su afán por volver público lo que debe ser privado. Todas las críticas cayeron en el alcalde/mesías, porque ese es su afán, porque así lo decidió, porque, para él, Bogotá es Gustavo Petro, no más.

Que parecido es Gustavo Petro a un expresidente que tuvo Colombia (es más, se parece a un presidente de Venezuela): Concentra el poder en el individuo. Le interesa más tener enemigos que soluciones, porque lo primero le garantiza seguidores.  Inventa persecuciones mediáticas para descargar responsabilidades. Así son los todopoderosos: débiles ante los argumentos.

El síndrome de Gustavo Petro tiene nombre, se llama megalomanía. Y no tiene cura. Esta patología, eso si, siempre termina en lo mismo: un loco que habla sólo. O peor, un loco que trina y trina como desesperado, como expresidente.

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