A Gustavo Petro lo acompaña el síndrome mesiánico, que
inunda a muchos individuos que tienen
cargos públicos en Latinoamérica: cree tener razón siempre, cree tener
todas las respuestas. Cree que todos están errados, menos él.
Gustavo Petro no quiere lo mejor para Bogotá. No. Quiere
demostrar que tiene razón y que todos sus detractores están equivocados. La
premisa lo lleva al peor escenario para una persona como él: tener que bajar la
cabeza y dar un paso atrás.
El episodio de las basuras
presentó de cuerpo entero al personaje. Presentó a ese Gustavo Petro que
siempre tiene todas las respuestas, así
todas sean incorrectas. Aprovechó que el contrato con los recolectores privados
terminaba y quiso poner en marcha su modelo de ciudad, esa que sólo entiende él
y nadie más. Esa que califica como: ‘incluyente’. Esa que no tiene ni un
documento que la sustente.
Y entonces, apareció otra característica típica de los mesías
con cargo público: la demagogia. Gustavo Petro aplicó la fórmula más sencilla
del poder público, apelar a las diferencias sociales. Al discurso de los ricos
y los pobres. Al viejo discurso, del rancio burgués contra el desafortunado
pujante. El resultado, el de siempre, sectarismo y polarización.
Gustavo Petro utilizó eufemismos como ‘mafias’, ‘manos negras’,
‘poderes oscuros’. Como siempre, los mesías necesitan enemigos. Para que la
leyenda del héroe funcione se necesita
un malvado, del que tiene que salvar a esos ciudadanos que están enceguecidos en
su propio mundo.
En la fecha límite, 18 de diciembre de 2012, ocurrió lo que todos
sabían que iba a ocurrir (todos excepto el mesías de la Casa de Liévano y sus áulicos).
Mientras las basuras se posaban en las calles, los recolectores privados reían
en sus oficinas.
Veían, los privados, como Gustavo Petro se quedaba sin
respuestas. Veían, como su modelo de expropiación caía por el lado más simple:
no tenía ni la infraestructura (camiones y tecnología), ni el recurso humano
para cumplir lo que ellos llevan haciendo, deficientemente, por décadas.
Y, entonces, Gustavo Petro, en medio de su efervescencia y
su tierna sublevación detrás de un celular con redes social, dio marcha atrás.
Bajó la cabeza y aceptó. Claro, afirmó que todo fue un éxito y que aquellos que
estaban antes lo harán mejor. Los mesías siempre tienen la razón. Por una
razón: porque sí.
Aquellos que creen tener todas las respuestas no se asesoran.
Entiende que la razón es propiedad individual. Nadie en la cuidad se le ocurrió
preguntar por el gerente de Aguas de Bogotá, el adefesio que creó Gustavo Petro
en su afán por volver público lo que debe ser privado. Todas las críticas
cayeron en el alcalde/mesías, porque ese es su afán, porque así lo decidió,
porque, para él, Bogotá es Gustavo Petro, no más.
Que parecido es Gustavo Petro a un expresidente que tuvo
Colombia (es más, se parece a un presidente de Venezuela): Concentra el poder en el individuo. Le interesa más tener enemigos
que soluciones, porque lo primero le garantiza seguidores. Inventa persecuciones mediáticas para
descargar responsabilidades. Así son los todopoderosos: débiles ante los
argumentos.
El síndrome de Gustavo Petro tiene nombre, se llama megalomanía.
Y no tiene cura. Esta patología, eso si, siempre termina en lo mismo: un loco
que habla sólo. O peor, un loco que trina y trina como desesperado, como
expresidente.
Como Chavez...
ResponderEliminar