miércoles, 30 de noviembre de 2011

Error

Valdría la pena decir que resultó más sencillo que en el imaginario. Puede ser injusto, pero es verdad. De pronto la insignificancia es la razón. También puede ser la indiferencia. De una de esas dos no sale.

Hay que ser demagógico y decir que es una mala noticia. Pero la realidad es otra.
Era simplemente cuestión de tiempo. Pensar que lugares comunes, tan viejos y tan obvios, pueden ser los mejores alucinógenos para esconder la cruda verdad.

Exponer defectos propios y combinarlos con mentiras es una buena estrategia. Paliativos sencillos, para evadir responsabilidades. Palmadas en la espalda y tranquila aceptación: hermosos frutos de la ignorancia. La alegría es para el que bien usa las palabras.

Usar frases consoladoras y efímeras resulta más sencillo que aceptar la aversión, la falta de empatía. Nadie reconoce sus equivocaciones ¿por qué ser el primero? Pero hay que aceptar -con una sonrisa- que fue todo un desastre. Fue peor que el más opaco de los escenarios posibles. Todo se hizo mal, era lógica la despedida.

Permanecerás, siempre, en el apartado de las culpas. Culpas que nunca saldrán del silencio y la profundidad más absoluta. Los remordimientos vendrán con el padre tiempo. El arrepentimiento sigue de la mano del cinismo.

El pecado es una marca indeleble, eterna. El mejor camino siempre será callar y continuar. La seguridad es que vendrán más y más equivocaciones; más y más desastres. La tranquilidad que habrá perpetuo castigo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

El corazón vence a la lógica

Eduardo Galeano (genial escritor uruguayo) siempre le decía a sus contertulios, por lo bajo, que un partido fútbol era lo más parecido a la vida misma.

No se equivoca. Como un partido de fútbol, la vida es un compendio de momentos. Un cumulo de circunstancias que marcan a fuego a cada quien. Lejos de filosofar, o caer en el burdo trascendentalismo, hay que decir que lo que vivió Santa fe en Argentina es lo más cercano a la definición de lo qué es la vida.

Si a usted, hincha del rojo, le hubieran dicho el jueves 10 de noviembre a las 7 y 53 minutos de la noche (hora colombiana) que, como nunca, se iba a sentir orgulloso de decir en la calle que es hincha cardenal, seguramente habría insultado a su interlocutor.

Nunca había visto que Santa fe fuera avasallado futbolísticamente de tal manera. Vélez dio una cátedra de juego en 45 minutos. Presionó la salida; recuperó antes del círculo central; no sólo tocó a placer, fue preciso, punzante. Todos se movían, parecían termitas con hambre. Y para completar, en las divididas también ganaban. Les salía todo.

En él mientras tanto, los jugadores de Santa fe no entendían qué aluvión les pasaba por encima. Corrían por decantación. Perdían el balón de forma ingenua (de hecho no lo paraban). Un error tras otro. Pero habrá qué decir que mucho tenía que ver la superioridad momentánea del rival, más allá de la impericia propia.

Con dos goles abajo, mancillados, silentes e intranquilos se fueron al camerino. Lo que haya pasado en ese vestuario durante esos 15 minutos algún día tendrá que ser contado en detalle, porque de seguro fue invaluable. Los gritos, los madrazos y, por qué no, hasta los golpes que se usarían rayarían en el misticismo.

A las 8 y 07 minutos de la noche, Vargas, Roa, Centurión, Meza, Acosta, Quintero, Bernal, el ingresado Vélez, Copete, Pérez y Rodas no eran los mismos hombres que 15 minutos atrás se retiraban cabizbajos de la cancha en Liniers. Algo cambió. Algo entendieron. Algo les dijeron: sólo ellos sabrán qué fue.

No sólo corrieron y metieron como verdaderos leones, por encima de todo jugaron. Superaron al rival desde el juego, desde la tenencia de balón, desde la rápida recuperación y la precisión en la entrega. El primer gol es una obra de alta ingeniería: recuperación, 4 toques de primera, exquisitez de Omar Pérez (ese pase en cortada, de primera, es de un genio) y definición.

Y siguieron. Presionaron la salida y se perdieron opciones y no paraban de luchar. Hugo Acosta, si acaso, habrá tenido los 45 minutos más largos de su vida en ese lamentable primer tiempo, media hora después metió una habilitación con tal precisión y puntualidad, para la aparición de Copete y posterior penal.

Cogió el balón él. Porque lo merecía. Porque lo necesitaba. Pateó, gritó, miró al cielo, celebró y lloró. Por esos pequeños momentos el fútbol es lo qué es. Por personas como Omar Pérez uno se atreve a comparar la vida con un juego. Las palabras no alcanzarán para describir el acto de grandeza y valentía de este argentino, que en medio de lágrimas se convirtió en ídolo eterno de Santa fe.

Luego a luchar. Había que apretar los dientes y resistir. Santa fe optó por tener el balón, por tocar y ser inteligente. Pero llegó el momento de la injusticia. Llegó ese momento en el que por más que luches algo superior derriba las ilusiones. Un chileno robó al León y pagó una deuda con los argentinos.

Y así acabó el sueño.

En la vida te superan, te avasallan, te cargan. En la vida te equivocas, fallas. En la vida te putean para que despiertes. En la vida, cada día, luchas contra la adversidad, con más corazón que capacidad. En la vida ves cómo un rayo de luz, de victoria se apaga con la maldita mano negra de la injusticia del último minuto. En la vida el único orgullo que te queda es levantarte, limpiarte la cara y seguir luchando.

Cuánta razón tiene Galeano. En la vida el corazón siempre, pero siempre, le ganará a lógica.

Este escrito también fue publicado en el portal www.misantafe.net

jueves, 6 de octubre de 2011

Libre

Lo había prometido, tan pronto lo lograra se iba a emborrachar como nunca antes en su vida. Sonó el teléfono, del otro lado un festivo “mijo, estoy borracha” presagiaba lo mejor….

Las alegrías en este mundo de mierda se celebran dejando de ser uno mismo. Es mejor convertirse en algo mejor de lo usual: borracho, por ejemplo.

En una sociedad ni siquiera buena, más bien decente, ella no debería celebrar eso. Pero, por estas tierras lo que ella consiguió más que un logro es una victoria que raya en lo épico. Comenzó su proeza hace 38 años:

Pasaron 8 presidentes -siguen en pugna por saber cuál fue el peor-. La Selección de fútbol fracasó 26 de esos 38 años. Se desarrollaron 5 procesos de paz, sólo 1 tuvo algún resultado visible (hoy, con las Bacrim el país lo sufre). Antanas Mockus y Enrique Peñalosa se graduaron de perdedores con 3 elecciones pérdidas, van por la cuarta (ni para amigo secreto los escogen). Santa fe ganó 2 títulos. Colombia pasó del subdesarrollo a ser país emergente. Dos aviones cambiaron el Mundo. Hubo por lo menos 7 guerras civiles en el planeta (varias, bien escondidas). Ah, y ella tuvo dos lastres que llama hijos.

El 14 de septiembre de 2011 ella tuvo a su bien pensionarse. Hecho, que reitero, no debería ser sobresaliente, pero que en esta estructura estatal representa estar en la cima de la pirámide legal más grande de Colombia: el sistema de pensiones.

Básicamente: yo, que me despierto a las 6 de la mañana para escuchar a un cura resolver los problemas del Mundo, para luego salir a ser golpeado por señoras 90 centímetros más pequeñas en el puto sistema Transmilenio, y terminar encerrado 10 horas diarias en una oficina escuchando cuanta estupidez existe, frente a un computador más vigilado que Piedad Córdoba, recodando que pagué más de 20 millones de pesos por cumplir está realidad diaria que en su momento llamé sueño: tengo que pagar mes a mes para que ella pueda sentirse orgullosa de tener la libertad de dormir un martes hasta las 8 de la mañana, como no lo hizo por casi tres décadas.

Valga decir que este ejercicio, como mínimo despótico, no es propiedad intelectual de los sátrapas que fungen como padres de esta patria. Los griegos, que se hacen llamar dueños de la democracia, tienen al planeta económico pendiendo de un hilo, todo porque no tienen ni idea de cómo manejar la carga prestacional del sistema de pensiones -entre otras cosas-. El Presidente, de apellido impronunciable, recortó las mesadas y cada día contiene protestas que dentro poco serán incontrolables. Por si queda alguna duda del poder de los de la tercera edad.

En Colombia el asunto no es muy diferente. El Ministro de Hacienda, un yupi entrenado por años para salvar los recursos de los más ricos, está por meter a como dé lugar una ampliación en la edad para poder pensionarse y así alivianar la carga que tiene el Estado y sus amiguitos cercanos: los privados. Dentro de poco, congresistas cumplirán con su labor perpetua de joder a los colombianos y aprobarán la propuesta. Una muestra más de que las pensiones como toda pirámide, legal o ilegal, están condenadas a derrumbarse.

El yupi (arde nombrarlo) sale en los medios con pose de gerente de multinacional afirmando que, “si no se hacen modificaciones estructurales al sistema pensional el país colapsará”. En otras palabras, si no se aumenta la edad de capacidad laboral y se ahorran esos miles de millones de pesos, los muy muy ricos y el putrefacto Estado tendrían que cumplir, a cabalidad, con sus obligaciones constitucionales. Que Satán no lo permita ¿cierto?

En plata blanca, a ella poca le importa estas particulares circunstancias, (tampoco que magistrados de la Corte Suprema que deberían tener una pensión de 6 millones de pesos devengan casi el triple por cuenta de demandas y más demandas) más bien disfruta, a su modo, de los placeres de esta novedosa sensación de emancipación financiera, que ganó a pulso.

Tampoco parece importarle que soportó tres alargues de edad durante sus 38 años de trabajo continuo. Y le es totalmente indiferente que yo, uno de sus lastres, de un modo u otro este aportando mensualmente a que ella pueda ver el famoso cura de la camioneta blindada a sus anchas, mientras madreó al aire y escupo al suelo.

Nada de eso debe importarle, al fin y al cabo ella es libre y yo un burro que estudió (es un decir) para que le jodan la vida día tras día, con la sería convicción que nunca se va a emancipar financieramente y tendrá que ver al yupi como presidente de la República.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Ella

Son las 5 y 40 minutos de las mañana, está oscuro y las tejas resuenan por la lluvia. Desarroparse, levantarse y enfundarse en unas ‘pantuflas’ ya roídas es lo que los niños llaman “un castigo a la picardía”.

No importa. Ella cumple el ritual. Pasa su mano por la cara, dormida aún prende el televisor. Y empieza a revolotear. De fondo suena un predicador, que con venas brotadas agradece a Dios por la luz del día –después se explaya en un mar de peticiones, como bebé en navidad-, mucho interés no le pone. Cada paso hasta la cocina cuesta, más bien aburre.

A pesar de hacerlo todo rápido y bien, lo hace con desidia, como preguntándose por qué en vez de estar entre cobijas durmiendo, está titiritando de frío, preparando un café y escuchando un cura que combina Twitter con la biblia.

Pero, nada más lejos de la realidad. Ella no está cuestionando. Sus pensamientos son un debate entre planchar la camisa del colegio de su hijo mayor o iniciar la tediosa rutina de sacar de la comodidad de las cobijas a su hija menor, su princesa.

Son las 6 y 5 minutos de la mañana y su voz resuena por primera vez. Intenta despertar a sus hijos. Se vale de su estridente tono. Mucho éxito no tiene. Sube las escaleras con velocidad y empieza a golpear la vieja puerta de madera. Lo que en principio era una súplica, con el paso de los minutos se convirtió en una retahíla.

Todo empieza a fluir. Se bañan, se visten, desayunan y salen. Son las 7 y 3 minutos de la mañana, ella queda sola en la casa, sus niños van a estudiar. Un logro en este país….

Lejos de buscar la cama, ella se baña se viste, desayuna (que es un decir, solo toma un tinto) y sale. Son las 7 y 37 minutos de la mañana a trabajar. En el paradero no puede hacer más que zapatear, el infame servicio de Transmilenio cumple de nuevo, en casi 10 minutos no ha pasado la ruta. Cuando por fin llega, hombres la empujan, señoras la gritan y niños la pisan. Ese bus rojo, y servicio, es lamentable.

Son las 8 y 32 minutos de la mañana, ella empieza a trabajar…

*****

Ella, tiene tantos nombres. María, Eugenia, Marcela, Edna, Patricia… no importa, a todas las conocen por el mismo sobrenombre. Ya manidos los lugares comunes y los dizque homenajes a la figura baluarte de la sociedad moderna, la madre, vale decir que la vida es muy egoísta con la mujer.

Tener que sacrificar la búsqueda de la felicidad, ó por lo menos de tranquilidad, (que al final del día es de lo que se trata la vida) por otro ser, casi siempre mal agradecido, es un acto de prepotencia de la naturaleza.

Pero la respuesta de las millones de ellas es categórica, “lo hago todo por mis hijos”. Es un asunto genético. Algo tiene que valer la permanencia de un nuevo ser en sus entrañas. Ese cordón umbilical que el doctor corta no se rompe nunca, por más injusto que sea.

Aguantan lágrimas y quejas absurdas, pedidos inoficiosos de hijos con futuros, casi siempre, poco promisorios. Aguantan matrimonios sin sentimiento alguno, hombres despreciables que succionan sus mejores años en medio de una relación déspota y sin sentido. Todo por una premisa tan única como infame: “porque mamá solo hay una”.

Es una transacción de una sola vía, que irónicamente satisface a todas las partes. Ellas lo dan todo y si acaso reciben un poco de amor, agradecimiento, y una que otra propiedad material. Difícil saber si es una recompensa suficiente, es casi seguro que ellas dirán que sí.

Mundo desparejo este, en el que vivimos. País de mierda el que nos tocó habitar. En esta nación de inequidades, corrupción, cerveza y alegría, ellas juegan un papel preponderante, pero son regidas por reglas autoritarias, redactadas por hombres con más corrupción y podredumbre, que educación en su ser.

Por televisión salen políticos sudorosos, con caros vestidos de paño vociferando en contra de las ‘malvadas’ mujeres que conciben el aborto, como una solución de vida, y bajo el estricto manto de la ley.

Fueron ellos quienes de un modo u otro aprobaron las tres excepciones para aceptar, de algún modo, el aborto. Todas justas. Sin duda. O acaso alguien imagina cómo una mujer podría educar a una criatura que tiene el mismo rostro de aquel hijo de puta que la profanó con sevicia. O, por caso extremo, tenga que sacrificar su vida por un feto que no tiene posibilidades de vida. Eso sí, no hay duda que cientos de mujeres lo hacen, así de grande es el corazón de ellas, así son ellas…

Suenan por lo bajo (como todo lo que hacen los políticos) murmullos que las acusan. Como inquisidores, ‘próceres’ de la patria, arropados por la bandera azul de un partido político corrompido, buscan firmas, hablan en radio, escriben en periódicos o simplemente se encargan de difamar (en sus eternas reuniones de whiskey) sobre esas ‘pecadoras’ que ven en el aborto una opción de vida, por paradójico que suene.

Usan a Dios como argumento. También buscan (usan) a los colombianos de bien, que cada vez son menos. Se vale todo. Como diría Jaime Garzón, “este país está al revés, los delincuentes mandan y el pueblo les rinde pleitesía”. Ellas sufren y los sátrapas legislan, no debería sorprender. Eso somos. Ellas, también, lo permitieron.

Están ellas, las que cubren sus errores amorosos, convertidos a vida, con la absolución del aborto. Si quiere júzguelas usted. La premisa es que la vida está por encima de todo. Igual que la injusticia de levantarse a las 5 y 40 minutos de la mañana a preparar el desayuno de hijos, que poco servirán en el futuro. Mundo desparejo este, en el que vivimos…

****
No se callan. Ella no sabe a dónde mirar. Su princesa tiene el fatídico examen de inglés, que con seguridad perderá. El mayor tiene que volver a usar esparadrapo para cubrir un hueco gigante en su zapatilla derecha, hay partido contra los de octavo, hay que ganar, pero son más grandes.

Poco les importa que ese día ella tuvo que soportar un jefe que la quiere convertir en una desempleada más. La regañó casi 15 minutos. De hecho, la humilló hasta las lágrimas. Daba la impresión que se divirtió, aquel mal nacido.

Eso, ella no lo cuenta. Tampoco que tiene que salir a donde su comadre a pedirle prestado para el desayuno y las onces de sus hijos, que lejano se ve el 30 del mes. Hunde su mirada en los niños. No tiene idea alguna de inglés, pero se sienta al lado de su hija a verla estudiar. Odia el fútbol (o micro, o como se llame), pero remienda por segunda vez unos tenis y reza para que su hijo no golpeé a algún mastodonte de octavo. Que fe le tiene.

Sirve la comida (otro logro en este país), se quita esos zapatos que la devoran, prende el televisor. Se mete en la historia de un cantante que tuvo tanto talento como adicciones. Sus pensamientos son un debate, de nuevo, piensa en la camisa, en el examen, en el partido, en el Transmilenio. Sus hijos, por su lado, sueñan en cuándo y cómo abandonarla con el paso de los años. Justicia pura.

Son las 5 y 36 minutos de la mañana no está lloviendo. Ella está feliz.

viernes, 8 de julio de 2011

Eso de ser feo

Hay que ser claro: ser feo es una condición natural, como nacer diestro o zurdo. No hay que mentirse, ni meterse cuentos ‘chimbos’ del talante de: ‘todo es cuestión de actitud’ ó una más estúpida ‘la belleza es cuestión de autoestima’.

La vaina es simple:
sus (nuestros) rasgos físicos no cumplen con los estándares de calidad de la sociedad o contexto vivencial usual. Más bonito, difícil de poner.

Para los feos todo es un logro:
Si consigue pareja, todos hablan bien y lo felicitarán con sorpresa. Se sabe que fue a punta de palabras y convencimiento. Ó en su defecto dinero y propiedades (tampoco hay que mentirse con eso, no hay mejor elixir para el amor que el dinero).

Si consigue trabajo fue por meritos y logros no por una buena imagen (tampoco hay que mentirse con eso, una buena apariencia abre puertas laborales).

Ser feo obliga a mejorar:
Se debe estudiar más, hablar más y mejor, intentar aprender a bailar, buscar ser divertido, intentar aparentar cierta distinción, vestirse mejor. De lo contrario su vida sentimental y laboral se verá seriamente afectada (la familiar no, allá –en teoría- lo quieren por cómo es (somos)).

Lo divertido de ser consiente:
A los peregrinos del costado de los ‘no tan agraciados’ les (nos) resulta más conveniente entender (a veces aceptar) que no fueron (fuimos) premiados con buenos rasgos eso, en teoría, beneficiará las relaciones interpersonales.

Porque no hay nada más patético que un feo iluso.

Por ejemplo, en una reunión -fiesta, agasajo, rumba, parranda- no tenga muchas expectativas de lograr un encuentro amoroso con otro interlocutor. En esos contextos la primera imagen es la más válida y usted (nosotros) no la tiene (tenemos). En ese caso, lo mejor es recurrir a uno de esos puntos anteriormente nombrados. O quédese (quedémonos) en la casa durmiendo mejor.

Ser feo no es pecado:
Sí, aunque para algunos se duro de entender no ser tan agraciado poco influye en su vida (o no debería por lo menos). Es una condición natural, que como cualquier realidad depende de cómo se maneje y cómo se disfrute. Ayuda mucho, cuando se asimila y hasta se disfruta.

Nota: El autor de este escrito se divirtió redactándolo de forma tan regular.

miércoles, 15 de junio de 2011

Antanas hipócrita

Resultó que al final del día el magno Antanas Mockus fue como todos. Un politiquero más. Uno de tantos ensimismados, que priman su ego por encima de una idea, de un partido.

Mockus se fue del Partido Verde dejándolo acéfalo. Cree, con prepotencia, que se fue por la puerta grande, despotricando de Peñalosa, de Uribe, de los políticos, mejor dicho de todos. Se va porque quería ser cacique y le tocó ser indio. No pudo resistir estar a la sombra y prefirió abandonar, como las ratas.

Que hipócrita es Antanas. Que fácil olvidó que Peñalosa lo apoyó hasta el último día en su desastrosa campaña presidencial. Esa que mostró su faceta de perdedor empedernido. Pocos le entendían sus discursos, sus intervenciones y aún así los otros dos tenores se dieron la pela de acompañarlo, tanto así que saltaron el día que inmortalizó la estúpida arenga “del yo vine por quise, a mí no me pagaron”. Eso acordaron, eso cumplieron.

Con el descalabro a cuestas se creó un partido político (más por adrenalina que por fundamentos) que encontró una buena base electoral; y obvio decidieron aprovecharla en siguientes comicios. Peñalosa resignó su aspiración presidencial bajo la promesa de Alcaldía. Todos firmaron. Todos aceptaron.

Uribe ‘twittió’ (verbo que no existe pero que en este país vale, y mucho) y Mockus tembló. El gamonal, estratégico como es, apoyó a Peñalosa y puso a prueba el Partido Verde. Y el Partido murió. Sucumbió igual que el uribismo -que tanto ataca y se aleja- de la mano del caudillismo.

Antanas vio en el apoyo del gamonal a Peñalosa la oportunidad deseada para dimitir. Siempre quedó claro que, igual que Uribe, quería ser el número uno de su colectividad. Uso su consabida honestidad para irse. Aplicó su máxima del “no todo vale” se sacudió y se fue.

Muchos aplaudieron. “Bien Mockus. Digno. Fiel a sus principios. Es la antítesis de la corrupción que representa Uribe”, afirmaron sus seguidores (que más son followers). Pero Antanas abandonó a su hijo. Es como si un padre deja a su primogénito a penas lo ve con malas compañías. Lo deja en la casa, pero se va para siempre. No lo instruye, no le habla, simplemente lo deja a la deriva.

Y claro, tiene su cuota de doble moral. Porque en su campaña presidencial coqueteó con Petro y Peñalosa secundó ¿No se parece con el apoyo de Uribe a Peñalosa? Por qué. Ambos, Uribe y Petro, tienen pecados. Ambos son polos de opinión. Ambos mueven votos. Mientras Peñalosa cumplió y apuntaló siempre, Mockus fue falso y se fue.

Como muchos académicos Antanas Mockus cree tener la verdad revelada. Si no es como él dice, simplemente no es. Durante horas discutió con el resto del Partido Verde. Argumentó su posición desde la honestidad y el ‘cómo debe ser’. Olvidó que las elecciones en este país son como los partidos del fútbol profesional colombiano: Entre peor se juegan más fácil se ganan (pregúntele a los que iban por la 14).

Peñalosa aprendió a punta de quemadas electorales que los puestos se ganan con votos. Y los votos vienen de la mano de los de siempre. De las maquinarias de siempre. No de tweets elegantes, ni de postulados lindos en el papel, pero lejanos a la realidad. En Colombia se gana con tamal y teja. Con politiquería. Eso somos, qué le vamos hacer ¿esperar un cambio? Que esperen sentaditos.

Valido o no, Peñalosa quiere ganar -para terminar la obra de Moreno-. Mientras Mockus quiere instruir. Enrique sabe que las victorias electorales están de la mano del gamonal. Mockus sabe que el gamonal le quita poder a cualquiera en este país. Y Uribe, vivo, destruyó un partido político en 140 caracteres. Sí, porque el Partido Verde tiene una particularidad fue creado y destruido en Twitter; una red social. Así de pintoresca es la política colombiana.

Mockus representa ese cambio de mentalidad que este país necesita, pero que nunca va a llegar. Mientras Uribe es la realidad de está Colombia amarga, donde todos intentamos sacar provecho de lo bueno y de lo malo, sin equilibrio alguno. Uno es idealismo. El otro es política cruel y despiadada. Cada cual tiene derecho a escoger con quién se va.

Mucha hipocresía la de Antanas. Esconde sus ansias de figuración y poder detrás de una máscara de honestidad e idealismo construidas desde las tantas derrotas electorales que ha tenido (y se ha acostumbrado). Tanto que se dice diferente de Uribe y resultó tener muchos de sus vicios…

PD: Triste que un país tenga la segunda fuerza electoral del país en un partido que es tan efímero y circunstancial como un tweet o un comentario en Facebook. Lástima por los idealistas detrás de la pantalla.

lunes, 2 de mayo de 2011

El Alcalde del infierno

Seis de la tarde, aguacero inmarcesible, estación, de la mierda del sistema Transmilenio abarrotada, ladrones haciendo su agosto, personas, que mientras son estrujadas y humilladas, gritan y empujan soñando llegar a su casa.

La escena, por demás repetida, es, creo, lo más cercano que se puede estar al infierno. Porque el infierno no es una caverna llena de llamas y demonios infringiendo castigos, eso sería una caricia. Infierno es la estación de la Calle 72 a las 6 y 30 de la tarde.

Infierno es está Bogotá. Esa que en medio del agua, la intolerancia, la indiferencia y los monumentales trancones mata, desespera. Entristece. La capital de Samuel Moreno es incómoda para cualquiera, para pobres que pierden más de tres horas de su vida enlatados en un bus rojo, perdiendo dignidad, humanidad, por tan sólo 1.700 pesos. Para los ricos –aunque cada vez son menos en este país- que dejan la mitad de su tranquilidad metida en su carro último modelo, enfrascados en un ‘lindo’ trancón.

Y qué decir de la inseguridad reinante. Bogotá es anarquía total. Para que te roben, te maten, te violen o te apuñalen sólo necesitas estar en el momento y lugar justo. Parece que la premisa de “los buenos somos más”, resulta una vil mentira. Los malos son más y las autoridades, cada vez, son menos. Se ven superadas. Diera la impresión que se rindieron, que les resulta más rentable unirse que atacar. En la verdadera ciudad de la ira se registran 20 homicidios, por cada 100 mil habitantes; y lo peor es que las autoridades sienten orgullo de la cifra.

Pero este ‘averno’ va más allá. Bogotá actualmente tiene una crisis habitacional profunda. Más de 1 millón de familias no tienen un techo digno para dormir. Cada año llegan al Distrito 100 mil personas desplazadas. En los últimos 10 años la población ha subido casi un 150 por ciento. Cada año más 120 mil niños trabajan. La deserción escolar aumentó 6 por ciento el último año y así…

Este panorama, más que desolador, recibe las elecciones de octubre. Parece increíble, pero hay personas que, supuestamente, en sus cabales quieren ser alcaldes de este hueco que nos deja ‘Samy’, su hermano, la ‘Capitana’, los Nule, el Polo Democrático, Peñalosa, Lucho, Antanas, Uribe, Samper, Castro, Pastrana y sobre todo nosotros Los Capitalinos.

Hasta ahora hay 3 candidatos firmes. David Luna, Carlos Fernando Galán y Enrique Peñalosa (más losa que peña). Los dos primeros jóvenes, con ideas frescas. Sus buenos resultados en el Concejo los respaldan. Conocen la ciudad y sus penosos problemas. Del tercero se puede decir que es más de lo mismo: un señor que cree vivir en Houston y no conoce qué carajos es Bosa, ni cuánto vale una bolsa de leche.

A Luna y Galán les juega en contra la juventud. Los viejos, que son los únicos que votan, los ven como alternativas para un futuro lejano. “Son ‘chinos’ con ideas ‘chocolocas’. Y ahora lo que se necesita es alguien con recorrido, que nos saque de este atolladero”, dicen. Prefieren elegir ‘un viejo’ de pelo cano, accionista Transmilenio y destructor del ambiente de la ciudad.

Tradicionalistas como somos, no vemos alternativa en la juventud. Le huimos. La novedad asusta. Preferimos que nos roben los mismos de siempre. Ahora, insinuar que Galán o Luna serían buenos alcaldes por ser jóvenes es una barbaridad (como está la ciudad poco pueden hacer). Simplemente serían una bocanada de aire. Una posibilidad.

Dicen en los corrillos políticos que pueden aparecer más candidatos. De pronto William Vinasco le traería más candela a este infierno. De pronto Gustavo Petro buscaría el puestico, a ver si, como cosa rara, gana una elección. Y el temor de muchos, el Gamonal Uribe, le da un ataque de idiotez y se lanza. En la paupérrima y divertida política colombiana: todo es posible.

Votar es lo único que deja esta democracia risueña. Muchos lo harán. Muchos dejarán esto a merced de los de siempre. Otros valoramos la intención de subirse en esta vaca loca y entregaremos el votico.

Felicitaciones candidatos. Es que se necesita estar un poco demente para querer ser el Alcalde del infierno que, hoy, es Bogotá…

miércoles, 6 de abril de 2011

El Barcelona aburre

Resulta difícil de creer que once personas logren tener tanta simetría para jugar un deporte basado en el error. Pero este Barcelona, que ya dejó de sorprender para empezar a asustar, es lo más parecido a una orquesta filarmónica que rara vez falla un acorde.

Este equipo hace del movimiento constante su mayor arma. Todos rotan, todos son opción de pase. Entienden que el espacio vacío y la precisión pueden vencer cualquier defensa. Ejecutan gambetas cerca al área, donde valen y producen. Metros antes tocan el balón tanto que convierten a los rivales en espectadores con canilleras y pantaloneta.

(Los que han jugado alguna vez a la pelota saben que no hay nada más desesperante que un rival que toque de primera. No dan tiempo ni para aplicarles una patada y parar el baile.)

Eso, precisamente hace el azulgrana, toca rápido, transporta poco. No le da tiempo al rustico. De hecho, por poco y no les da tiempo a las cámaras para coger todos los movimientos.

Se mantiene cerca al área rival ¿Cómo? Mediante una presión constante que nace (y a veces muere) en sus delanteros. Sí, en sus delanteros. Porque es usual ver a Pedro, Messi y Villa recuperando el balón en el primer cuarto de cancha de los rivales. Esa es una de las claves de esta sinfonía. La presión asfixiante provoca el rápido error. Permite que el balón permanezca en su poder por mucho tiempo.

Escena repetida: Barcelona construye una jugada de ataque con 35 toques seguidos, pases que no superan los 4 metros de distancia. Algún avezado defensa rival logra, casi lo imposible, y recupera el balón, pasa a un lateral o al volante central y el chip de los de ‘Pep’ cambia automáticamente.

Parecen perros de presa hambrientos. Saben que en esa transición del rival, cuando vuelve a sentir el balón es cuando más daño se puede hacer. Porque esas fichitas que permanecen casi enjauladas cerca a su portero salen, toman un respiro dejan de ser muñecos de futbolín, y caen en la trampa… Pierden el balón, pase preciso al espacio vacío y listo, se perdieron 25 minutos de aguante y juicio defensivo.

Ah y eso que sólo hablamos de fruslerías meramente tácticas, que ya muchos han dicho, y hasta estudiado. Qué decir del talento que tiene este equipo. Simple: lo tiene todo. Parece una disposición del destino. En el mismo tiempo, forma y espacio en el universo se juntaron jugadores con todas las características para hacer historia. Claro, mucho tiene que ver su entera disposición y el discurso de convencimiento de Guardiola.

Sólo grandes argumentos (los desconozco) hacen que talentos como el de Xavi se unan con Busquets tirándose al suelo para recuperar el balón. Ó ¿acaso no se necesita un excelente discurso para que a estos monstruos no les de pereza recuperar la bola lo más rápido posible?

Ah, y de Messi mejor ni hablar. No hay que desperdiciar espacio. De él todo se sabe excepto: para dónde será su próxima gambeta…

Pero…

Después de este sin fin de halagos y análisis ya trillados, tengo que utilizar la primer, primerísima persona, para decir que, a mí el Barcelona me aburre profundamente. Porque tanta perfección aburre al espectador exterior, me imagino, no tanto al hincha que nunca se cansará de ganar. En los partidos del Barza no hay expectativa, dejó de haber emoción.

Todo se reduce a esperar el primer gol y observar, como los Romanos en el Coliseo, a once desdichados ser humillados por una aplanadora que les mete goles sin compasión, con estilo y gracia, dignos de exposición de arte. Cada tres días somos testigos de un equipo que hace historia a costa de pobres mortales.

Y cada tres días vemos jugadores pálidos, llenos de miedo. ¿Y cómo no? Todos le tenemos pavor a la humillación en público. Defensas que no atacan, para evitar quedar como conos o despaturrados en el verde césped. Ese miedo, lógico por demás, volvió los partidos rutinarios, previsivos, austeros, pero sobre todo un llamado al bostezo.

El uso del primer pronombre personal no es gratuito. Soy consciente que este pensamiento representa la inmensa minoría. La mayoría disfruta de los recitales y las sinfonías, pero yo espero emoción, vértigo, lucha; elementos que brindan ambos rivales en la cancha, pero que hace mucho el Barcelona le arrebató con buen fútbol a sus rivales.

Claro, esto no es culpa del Barcelona, ni más faltaba. Ellos cumplen el trámite, la destrucción de sus rivales (que en la Liga de España, de por sí, son bastante deficientes siendo sinceros) con ese derroche, casi infinito, de habilidad y precisión. Y es que trámite es la mejor palabra para definir los partidos del Barza…

Espero que los rivales Europeos representen un mejor escollo para este equipo de iluminados. El año pasado el Inter demostró que es vencible, como todos los humanos, que si hay fórmulas. En el partido de ida, de esa mentada semifinal, mostró que se le puede arrebatar el balón con la misma arma que ellos tan bien usan: la presión en los primeros cuartos de cancha.

Eso sí, debe cumplir condiciones específicas: concentración 96 minutos, precisión casi de cirujano y sobre todo Insolencia. Tener desfachatez. No temer que le metan 8 pepas. Perder respeto. Todo eso se requiere para vencer a este verdadero conjunto de ensueño. Ah, por aquello de las claves tácticas y de juego, pregúntele a Mouriho, ese las sabe.

Si, definitivamente me aburre el Barcelona actual. De pronto es porque soy hincha de un equipo sin jerarquía acostumbrado a las derrotas y tristezas. De pronto prefiero ver partidos dinámicos, luchados, donde no se sepa quién será el ganador. Espero que alguien le haga frente a este súper equipo, que por lo menos a mí me hace cambiar de canal.

martes, 1 de febrero de 2011

Cuestión de orgullo

(Sic). Ahí estaba postrado, casi resignado a su suerte, en duras tablas que parecían todo menos una cama. A penas si se le podía escuchar lo que decía. Pero lo que musitaba era claro, con tono firme, pero cansado. No se puede ver su semblante con claridad. El cuarto esta en penumbra total a las 3 de la tarde -de hecho esa habitación nunca ha conocido la luz eléctrica- hay que conformarse con el tono de su voz.

Está enfermo. Y cómo no estarlo. El piso del cuarto es tierra convertida en barro por las aguas de las constantes lluvias. Las paredes hechas de madera retienen un olor extraño, como de caño. Un cerro de basura se posa al lado del catre aquel. Esa basura que muchos confunden con cosas que, de pronto, algún día volverán a servir, pero que al final son desperdicios llenos de moscas y algunos recuerdos…

No importa su condición, cómo puede se levanta a saludar, y tímidamente pregunta si ya habían ofrecido algo de tomar. Ese, no era un gesto menor para alguien que muchos días no probaba bocado alguno. No hay duda, es un hombre fuerte. A pesar de sus 73 años, sus enfermedades y el lamentable estado de su casa, tenía casi la desfachatez de ofrecerles algo a los comensales.

Se llama Vicente Adán Platero. Pero su resistencia e historia obligan a llamarlo Don Vicente, de aquí en adelante. Vive en una casucha, hecha de chazas de madera, alambres y una que otra puntilla que la soporta. Aunque, en realidad, lo que la mantiene en pie es el corazón de este reciclador, porque sus cimientos son tan (o más) débiles como la honestidad de un político.

El tesoro de Don Vicente

Por más que iba preparado mentalmente, la escena (y sobre todo el escenario) superó, por mucho, las peores expectativas: la puerta de ese hogar es el viejo capo de carro, que junto con una enramada de palos, alambres de púas mal puestos y ladrillos llenos de erosión componen el frente de la casa.

Con fuerza, una amable señora abre el capo vehicular convertido a puerta. Requiere cierta perecía ingresar. Un estrecho sendero de tierra (en los días de lluvia es barro) conduce al patio. Hay muy poco que decir sobre muros, entrepisos o vigas, simplemente porque no existen. Retazos de madera hacen las veces de soporte para unas paredes que parecen sostenidas casi por la bondad del cielo.

Sunilda tiene 53 años, es la compañera de vida de Don Vicente hace más de dos décadas. Habla en voz baja. Lamenta que hayamos ido a visitar a Don Vicente ese día. “Lleva varios días en cama, está enfermo”, solloza. Nos invita a recorrer su terruño. Preocupada porque nuestros zapatos no se ensucien, advierte cada paso; de nada vale decirle que se tranquilice.

La casa se resguarda de la lluvia por centenares de tablas apeñuscadas junto con algunas tejas. Hasta llantas hay en ese techo. Sunilda nos invita a pasar, no sin antes volver a advertir por nuestros pasos. Todo es oscuridad y basura. La luz es un lujo que esa casa no conoce. Una pequeña estufa que funciona por madera (si, aún existen) está prendida. “Esa es la cocina”, dice la improvisada guía. Varias ollas podridas por hollín, dos piedras para machacar la panela, algunas naranjas descompuestas y dos bolsas de arroz, no hay más. Reconocemos la cocina porque Sunilda lo afirma, no hay pared alguna que lo verifique.

Pasos más adelante hay un pozo rodeado de ladrillos. El olor raya en lo fétido. Todos sabíamos que es, pero no queremos preguntar. Sunilda se apiada y dice lo que temíamos. “Ese es el baño”. No es más que un pozo séptico, que muy de vez en cuando se limpia. Espantoso. Pero no hay más. No hay mucho más que agregar…

Ella, parece entender el desagrado que nos representa estar ahí. De inmediato nos invita al cuarto. Nos detiene, primero tiene que anunciarle a Don Vicente nuestra presencia. (Sic) Más parece un centro de acopio de basura, que un sitio habitado por personas. Hay de todo: cajas, baldes, periódicos, zapatos, plásticos y tierra, mucha tierra que, en teoría, es el suelo.

De nuevo recostado, Don Vicente nos agradece la visita. No logro disimular (perdón la primera persona, no hay otra forma) mí voz se corta. Las imágenes de ese muladar, al que Sunilda llama hogar, pasan sin piedad. Comienzo a dudar en preguntar o no, pero a eso había ido. Además de conocer la realidad estaba ahí por una pregunta.

“Don Vicente, es un gusto conocerlo”, dije. No le podía ver la cara por la oscuridad. “Conocí su historia y quiero preguntarle algo, con todo respeto”, continúe. Pasó un escalofrío antes de preguntar, aún así no dudo “¿Don Vicente no ha pensado en la posibilidad de entrar a un asilo para abuelos?”...

Que silencio más incomodo. Juro que escuché el pensamiento de Don Vicente. “¿Quién putas se cree este para decirme en dónde vivir?” Ni pensó su respuesta. Casi susurrando aseguró: “No quiero molestar a nadie. Esta es mi casa. Tengo todo. Sólo quiero que me ayuden para vivir mejor en ella”.

Así, lacónico, no dejó margen de nada. Fue claro, elocuente, contundente. Ese puñado de tablas, basura, hacinamiento, malos olores, penumbra, tierra, matas marchitas es su casa. Su tesoro. Por el cual viene luchando hace 26 años, cuando compró el lote. Ese tesoro que ni los errores de su vida, ni las desgracias del destino, ni sus vecinos, ni mucho menos un aparecido con zapatos bonitos le van a quitar.

Esa casa representa más que un techo donde dormir para Don Vicente. Representa el orgullo de tener algo propio, algo digno de sus luchas diarias con las basuras. Es su casa, de nadie más. Es el fruto del trabajo, de las penurias, de sus abusos, de sus desidias, de sus pecados, de lo bueno y más de lo malo. Ese remedo inhabitable, es su casa, a pesar de frases consoladoras que no pasan de ser estúpidas. Como las mías, que no dejaron de ser bálsamos idiotas…

Mi voz entrecortada se transformó en aíre en mis pulmones. Se me infló el pecho de orgullo. Confieso que no esperaba esa frase de Don Vicente. “Esta es mi casa”. Creo, fue lo más desafiante que habrá dicho en años. Caridad no quiere. Sólo quiere mejorar su calidad de vida. Tiene 73 años, vive en condiciones infrahumanas y aún así, no quiere irse, no quiere abandonar su terruño, lo que por años se enorgulleció llamando suyo. Es un grande Don Vicente, no abandona como las ratas, lucha con lo poco que le dejó la vida, pelea como todos y como pocos por su tesoro, es cuestión de orgullo…

Con aire en la camiseta nos retiramos de ese cuarto. De esa casa. Convencidos que podemos (que debemos) ayudar a Don Vicente. Recorrimos un chiquero, lleno de todo tipo de deficiencias sanitarias. Y este señor no dudo en llamarlo, “mi casa”. Con el orgullo de pocos. Con la obstinación de los héroes.

Si… ¿y qué?

A él no lo hace especial su situación horrible, tampoco que esté a punto de perder su casa por una demanda. Don Vicente no es ningún héroe. Ni mucho menos. No llegó a la situación que vive hoy tan sólo por los avatares de la vida. Mucho tienen que ver sus errores, sus vicios, sus excesos. Esa casa destruida no sólo es cuestión de la inequidad social que destruye este país. También es el descuido de un morador que permitió que su tesoro llegara a tal estado de descomposición.

Es cierto, en este país de mierda muchas familias jóvenes con mejores expectativas de vida, que Don Vicente, tienen una situación mucho peor. En realidad, Don Vicente no pasa de ser una fría cifra más de pobreza de esta nación del tercer mundo. Un habitante más del barrio Paraíso, una de las laderas más convulsionadas de Ciudad Bolívar (Bogotá), una de millones de historias que se mueren con el último aliento de este tolimense que luchó tanto, como se equivocó, pero que aún sigue en pie.

Eso, precisamente eso es lo único que hace especial a Vicente Adán Platero. Que sigue de pie. Que su casa sigue en pie. Ese muladar, que llama insolentemente su tesoro, sigue en pie. Don Vicente tiene orgullo, tiene corazón, tiene esa insolencia que sólo el verdadero orgullo propio construye día a día. Eso, y sólo eso lo hace especial.

En medio de sus enfermedades Don Vicente se las arregla sólo. Cuando puede sale a trabajar recogiendo basura. Ya ha recaudado 300 mil pesos e inició una obra para remodelar su casa. Claro necesita mucho más (casi 4 millones de pesos), pero ya hay personas y organizaciones que lo están intentando ayudar, pero se necesita de un corazón tan grande y tan orgulloso como el de Don Vicente para que su casa no se convierta en escombros en pocos días.

Vive en las peores condiciones, come por la caridad de algunos vecinos, convive con cerros de basura y pequeños animales, viste de harapos sucios, huele mal y su más preciado tesoro se está cayendo a pedazos. Aún así, Don Vicente no le rehúye la mirada a nadie. Mira a los ojos y dice “no quiero molestar a nadie”. Cada vez que sale a trabajar o que le pone un ladrillo más a su casa demuestra que el amor propio y las ganas de salir adelante te hacen especial. Digno de respeto, solidaridad y admiración. Porque al final de la tarde de penumbra la historia de Vicente Platero es cuestión de orgullo…

Si quiere y puede ayudar a Don Vicente Adán Platero puede comunicarse con la Fundación Unidos por Amor, que adelanta gestiones para reconstruir la casa. Click aquí

Si quiere conocer la casa de Don Vicente Click aquí.

Él es Don Vicente Platero