viernes, 29 de octubre de 2010

La carta del convicto y el jabón

Al palpar la carta se puede sentir la fuerza con la que la escribió, me imagino su puño rojo, con las venas de la mano brotadas. Sus palabras son elocuentes y la vez desgarradoras, se esfuerza por no magnificar la miseria en la que esta, pero el papel no le permite disimular, no hay duda, vive un fuerte castigo.

Firma con su nombre completo, pero no se puede decir quién es. La envía desde una cárcel de máxima seguridad, pero no se puede decir desde cuál. Cometió un crimen que acepta con deshonra, pero con gallardía. Y hace una solicitud que sorprende, pero que a la vez lástima.

En medio del trabajo diario llegó. En el sobre se ve el sello de remisión de la cárcel. Sin siquiera abrirla ya se sienten las letras como si fuera un braile. Inicia con un caluroso saludo de rigor que demuestra que el escrito fue pensado y ‘recontrapensado’, -de todas maneras en una cárcel ¿qué más se puede hacer si no es pensar?- Mencionaba a Dios sin censura alguna, lo nombraba con buenos deseos para el posible lector. Una muestra de fe es que haya llegado a algún destinatario.

Después pasó a contar su pecado (sin entrar en mayor detalle). Simplemente reconoció que en algún momento de su vida se había equivocado y tiene que cumplir una condena de 30 años. Ya ha pagado 7. Insistió que la vida cobra los errores y que él acataba con dolor esa máxima. Esa circunstancia de su vida (como llama a su crimen) no debió ser algo simple. En un país donde la justicia es un canto a la bandera ser condenado a 30 años es un castigo descomunal.

Sin mediar regla de redacción alguna (tediosas de por si je) se dispuso a solicitar. Como venía el texto era de suponer que pediría una ayuda económica o colaboración para su familia. Sus palabras empuñadas se notaban desesperadas, escritas sin prisa, pero sin pausa, con tinta negra, detalle no menor, si se tiene en cuenta que esto denota seriedad, su caligrafía es buena, la ortografía para el olvido (pero no soy quién para hablar de ese tema particular)...

Aún me cuesta creer la solicitud de este convicto. Me sorprendió. Pudo pedir desde un abogado hasta un complejo turístico ¡qué sé yo! Pero lejos de eso. Solicitó algo tan cotidiano, tan común, tan necesario… Cuando las letras llegaron a su solicitud, en mi cabeza retumbaron estas sentencias “Carajo este ‘man’ pide un jabón y toalla ¿qué mierda le está pensando?…”

Al continuar la lectura en busca de un argumento, por mínimo que fuera, que dijera por qué. Simplemente, el convicto, dejó una lacónica frase, que por más que se lee y relee no tiene lógica alguna, o por lo menos no para el suscrito.

“…es que no tengo a nadie…”. Fue simple y certero. Fue frío. Sólo necesitó 6 palabras para que entendiera que la vida cobra los errores, no sólo con encierro, también con la más profunda soledad.

Que duro debe ser. Pensar que atraviesa la más dura prueba y sólo lo acompaña una hoja cuadriculada y un bolígrafo, que le sirve para pedir un jabón y una toalla a cambio de una posible bendición del Todo Poderoso.

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