Sintió un soplo en el cuello y
pensó que era el aroma de su muerte. El
soplo se convirtió en una palabra. Más bien se convirtió en una segunda
oportunidad. En un símbolo.
Todos lloraban en esa pequeña
plaza de Noor, al norte de Irán. Si mediar palabra, Maryam Hosseinzadeh,
estremeció a la multitud, a lo lejos se escuchó de su boca la palabra “perdonado”.
Lo susurró al oído de un hombre llamado Balal, que en ese momento tenía una
venda en sus ojos y una gruesa cuerda en su cuello.
En 2007, a los 19 años, Balal
asesinó a Abdollah Hosseinzadeh de 17 años de edad. Una cuchillada en el pecho
fue suficiente para matar a Abdollah. Una cuchillada fue suficiente para
cambiar la historia de vida de Maryam y su esposo. Una certera cuchillada acabó
con los sueños de la familia Hosseinzadeh.
En esa pequeña plaza Noor, donde
todos lloraban, Balal tenía que ser ahorcado. Esa era el castigo por aquella
certera cuchillada, producto de una absurda pelea de jóvenes. En Irán aplican
la ley del ojo por ojo. Delante de los padres de su víctima, Balal tenía que
aceptar su condena. Tenía que morir sin contemplaciones. Justicia en estado
puro.
En medio del rosario de mierda,
que los podridos caños de internet permiten circular (transmiten), el mundo
conoció la historia Balal y Maryam en mayo de 2014. El episodio ocurrió en abril.
A las tres horas la noticia recorrió el caño sedimentado de la web: todos vieron
la foto, leyeron el primer párrafo del texto, opinaron cualquier sandez en
alguna red social y archivaron. El recorrido usual de la vida actual.
Pero quienes estuvieron ahí dicen
que la escena, que lo ocurrido, les cambió la vida. Cuenta la crónica que Balal
entró a la plaza rezando a grito herido. Lloraba cada paso. Su mamá estaba
sentada en medio de la multitud, sin lágrimas que llorar; resignada a que iba a
perder a su hijo por aquel absurdo. Por aquella cuchillada.
Cuenta Arash Khamoosh, fotógrafo que
recopiló las imágenes que luego se viralizaron por los caños de internet, que
la vida le cambió después de lo ocurrido. Al lado del cadalso estaba Maryam y
su esposo. Tampoco tenía lágrimas que derramar. Se le acabaron en estos siete
años. Estaba impávida, apenas si respiraba, contó el reportero gráfico.
Lo que ocurrió después, bueno lo
que ocurrió después lo cuenta mejor la cámara de Arash que cualquier unión de
palabras. Con la soga al cuello, -más literal imposible- Balal y su mamá sólo
esperaba el empujón que le quitaría la vida y expiaría sus pecados. Mientras
los que tenían lágrimas lloraban sin parar, Maryam sigilosamente pidió una
silla.
Como pudo se subió al cadalso.
Sopló. Suspiró. Y le dio, finalmente, una cachetada a Balal. Acto seguido dijo
sólo una palabra: perdonado. Todo se detuvo en ese instante. Hasta el viento.
Todo. Las leyes de Irán, que se rigen por el ojo por ojo, les permiten a las
víctimas que perdonen a sus victimarios. Maryam perdonó al Balal. Es la hora
que ese acto no tiene más explicaciones que las imágenes que pudo captar Arash.
Despiadados como tienen que ser los medios, titularon ‘mujer
iraní le perdonó la vida al asesino de su hijo’. Ese título y la foto de Maryam
soltando la soga del cuello de Balal llegaron a los muros y líneas de tiempo de
millones de personas. Lo que para muchos fue un Like o un RT, fue una historia
de tristeza. De tragedia. De llanto. De muerte. De vida.
Colombia, o más bien el Estado colombiano (ese compendio de
políticos y burócratas que en corbata responden a todo con un: lo estamos
resolviendo) reconoció a más de 6 millones de víctimas del conflicto armado que
cumple 50 años. 6 millones de Maryams que tampoco tienen más lágrimas que
compartir.
Víctimas de una guerra tan absurda como la cuchillada que le
propinó Balal al joven Abdollah, en el pequeño pueblo de Noor. Víctimas que por
fin fueron reconocidas y merecen recibir justicia. Merecen, sobre todo, dejar
de estar moviéndose por los putrefactos caños de internet, siendo utilizados
por cualquier pendejo que escribe en un blog o dirige un partido político
repleto de fanáticos fundamentalistas.
En Colombia miles de ciudadanos sueñan con el modelo de
justicia de Irán (que reconozcamos parece ser justo y necesario). Vaya a saber
uno qué tipo de justicia pretenden las víctimas. Porque ahí está el meollo del
proceso de paz (mejor de fin del conflicto) que avanza en La Habana: son las
víctimas, las 6 millones de Maryams, las que deben decidir cómo quieren ser
resarcidas. Cómo quieren perdonar. Cómo quieren acabar con sus lágrimas.
Relata la crónica de la agencia de noticias iraní ISNA que
Maryam y su esposo se alejaron de la escena caminando despacio, en silencio. En
medio de una multitud que los vitoreaba. En medio los abrazos, y la
humillación, de la familia de Balal. Se fueron en silencio, sin su hijo
querido. Se fueron con algo de justicia. Sin lágrimas.