Ella lo abrazaba fuerte, no quería soltarlo, es más si por ella fuera quería que volviera a su vientre para poder apartarlo de este mundo de mierda. Él, por su parte, veía a través de su hombro un nuevo amanecer, uno que soñó por largos 24 meses.
*****
*Alfredo tuvo que pagar una
condena por un error de borrachera, según cuenta. Atacó a un taxista con arma
de fuego. Jura que no recuerda qué hizo, pero reconoce que se equivocó. A la
gente hay que creerle.
Durante 24 meses tuvo que pagar
por ese error. Pasó por dos cárceles diferentes. La primera la califica como un
hotel, la segunda como una pesadilla que lo marcó, para bien. Lo más seguro es
que sea para mal. El tiempo juzgará eso.
Por su parte *Doña Amanda, sólo
quería retroceder el tiempo. Así son las madres. En su mente, ella era la
culpable de esos horrorosos 24 meses. Así la realidad diga lo contrario. Nada
en este mundo la hará entender que ella no tiene la culpa de los errores de su
hijo menor, del más consentido de la familia.
Toda la familia de Alfredo fue culpable de su
error. Todos, hermanos, primos, tíos y hasta abuelos ayudaron a pagar a esos
malditos abogados que ganaron millones a costa del sufrimiento de esa familia.
Carroñeros, como son los abogados, sacaron hasta el último centavo que pudieron
para que al final dijeran, sin sonrojo alguno, “hicimos lo que pudimos, pero se
lo van a llevar, por un tiempo”. Pagaron
millones por infamia.
Antes de que Alfredo estuviera en
el primer centro de reclusión, su familia le pagó millones a la víctima,
millones a los cómplices, millones a los abogados, millones a los jueces. Al
final, no pudieron comprar la justicia. Esa maldita justicia colombiana que
para otros tiene un precio mucho menor. La historia fue sentenciada: la cárcel
era el único destino.
La rama judicial, ese engendro amnésico,
irrelevante y desgraciado, no condenaba sólo a Alfredo, confinaba al peor
castigo a toda la familia, sin miramientos. Como lo hace con otros padres de la
patria.
*****
Mira con desconfianza. Sabe, como
pocos, que cualquiera le puede hacer daño. Es más, asume que todos lo miran y
que están esperando un resbalón para hacerlo equivocar. Sigue recluido en una
cárcel, por más que este a kilómetros en una fría y sencilla cafetería.
Alfredo no quiere hablar de sus
recuerdos. Evade las preguntas. Cuenta historias de muertos y apuñalados como
si fuera el reporte del clima. Mueve sus manos con fuerza. Habla mal, con groserías.
No esconde su mirada, en tantos meses entendió que no bajar la mirada era la
diferencia entre vivir y morir.
Su hermano mayor es testigo de la
entrevista. Insiste en la bondad de muchos reclusos que lo acompañaron en la travesía.
*Mario, el hermano, muchas veces interrumpe. Cuenta detalles, es específico.
Él, como pocos, sabe lo mucho que faltó Alfredo y lo mucho que pagó la familia.
Toda la familia.
¿Historias? ¿Quieren historias?
Muchas, cientos. Detalles de maldad extrema, de amistad, de lágrimas. De
muerte, de impunidad, de alegría y de la más profunda tristeza. Creo, esa es la
cárcel: un extremo tras otro.
Para qué entrar en detalles, si
lo que vale es la expresión de miedo y esperanza que tenía Alfredo mientras
hablaba, mientras relataba, mientras temblaba. Esa expresión no se puede
describir en líneas o palabras. Fallaría impunemente, ni para qué intentarlo.
Resta decir: al final, somos lo
qué podemos. Nunca lo que queremos. Mucho menos lo que esperan que uno sea. Eso
me dijo Alfredo. Una verdad de puño. De rejas.
****
La puerta de una fría cárcel se
cerraba. Por allá en un frío municipio de Boyacá. La historia, la cruel
historia comenzó hace muchos meses atrás no sé acaba. No. Apenas comienza.
Alfredo va a luchar. Su familia lo va a acompañar. Amanda llora, sabe lo que
viene, la maldición que viene. Igual Mario. Qué daría, Amanda, porque su bebé
volviera a su vientre y esta pesadilla terminara.
****
Justicia. Maldita justicia la de
este país. Esa que deja libre a los infames (como aquel borracho que mató a un
hincha) y sacrifica a la familia que no puede pagar por libertad. Por justicia.
Así es esto: la justicia se paga, se compra: porque es maldita.
*Los nombres de esta historia
fueron cambiados por solicitud de los implicados.
Este texto está dedicado a Alejandro Yate, que partió a la eternidad:
Don Alejandro, las oraciones de este redactor son para su alma y su familia. Querido
Don Alejandro, “en la fuente de la vida, nos veremos otra vez….”