Hace pocas semanas, el reconocido periodista Andrés Opeenheimer entrevistó a Juan Manuel Santos, para la cadena CNN en español. Motivo de orgullo para el presidente de los colombianos, que es tan adepto a los medios -más internacionales-, sobre todo si es para vender humo.
El motivo de la entrevista fue la Cumbre de las Américas. Una de esas tantas reuniones donde no pasó nada, pero se vendió como todo un acontecimiento. El curtido periodista interrogó al mandatario respecto a su posición sobre el espinoso tema de la ‘legalización de la droga’. Que sería lo único que haría medianamente interesante la Cumbre, donde papá Estados Unidos saludó resto de los nenes de la región, y ya.
El rostro del presidente cambió, como si le hubieran pisado el juanete. Estreñido, Santos, corrigió al entrevistador; “no estoy hablando de legalización alguna. Proponemos hacer una revisión a la política anti drogas, nada más”, dijo escueto y medio asustado.
“Si los mandatarios dicen que la forma como estamos enfrentando el flagelo de las drogas está mal, la corregiremos. En caso de estar bien, la mantendremos. Solo queremos poner el tema en el tapete”.
No dijo nada. Como decía Chimoltrufía, “como digo una cosa, digo otra”. Como es costumbre en Santos, no se comprometió. No se inclinó para ningún lado. Ni frío, ni caliente: simplemente tibio.
Lo paradójico del asunto es que, Santos no pudo sobrepasar el miedo de hablarle a papá Obama a los ojos y plantearle algo que es tan viejo como real: Estados Unidos pone la diversión y Colombia pone los muertos que implican el tráfico de drogas.
Santos está cansado de atrapar capos y capos, sabiendo que, más se demoran en llevarlos a la cárcel y organizar la rueda de prensa, que un nuevo delincuente asuma su posición. Círculo conocido, que no tiene cómo romperse, a causa del orgullo y buen nombre de los popes del Norte.
Los del Norte son esas celebridades que acaban con su vida de forma lenta esnifando todo lo que se les atraviesa. Mientras que los del Sur se matan unos a otros de forma casi animal, para saber quién gana unos billetes más o unos billetes menos. Suena como un negocio redondo: enfermos se siguen suicidando poco a poco, mientras perversos matan y matan. El problema son aquellos infelices que quedan en la mitad entre Sur y Norte que han sido testigos de cómo todo alrededor se desangra llevándose seres queridos por doquier.
La respuesta oficial (ósea la de papá USA) fue simple: violencia contra violencia, muerte por muerte. Esfuerzos, dinero, mucho dinero y, sobre todo, vidas han sido entregadas en una lucha estúpida que se parece a una entrevista del Alcalde de Bogotá: un aburrido barril sin fondo, ni fin.
Legalización, la palabra que no se pronunció en la Cumbre de las Américas, suena como una solución temeraria y lejana. Resulta un concepto que implicaría total la individualidad. En palabras más simples: que cada quien haga con su cuerpo y su futuro lo que le plazca. Está máxima resulta imposible de concebir para estructuras estatales basadas en el control y la observación.
Ahora, para darle algo de equilibrio a la premisa, hay que plantear el lado no tan romántico de la famosa ‘legalización’. El concepto es bonito siempre y cuando no me afecte a mí ó algún ser querido.
Escena lejana: en un parque, rodeado de niños un hijo, hermano, primo, amigo, etc (perdón a los fanáticos de la igualdad idiomática, es una tontera) consume sustancias psicoactivas, porque la ley y la sociedad se lo permiten. La libertad de acción se lo permite. ¿Qué pasa? ¿Tanta libertad se malogró? ¿Y ahora qué hacemos?
Se plantea un supuesto lejano -más teniendo en cuenta la filosofía de papá USA-, pero es bueno proponer una discusión desde los argumentos y los diferentes escenarios, y no simplemente quedarse en los principios energúmenos y mamertos, donde la educación es olvidada y la violencia es reivindicada.
Al Presidente de los colombianos se le arrugó el botox, literalmente, pronunciar la palabra ‘legalización’ en una Cumbre donde el papá de los pollitos participó, sería bueno que para los de a píe, los que conocen la parte no tan bonita de Cartagena, no les siga dando pereza discutir en torno a la palabra prohibida, a ver si algún dejamos de matarnos unos a otros mientras un gringo sigue esnifando.