O se idolatra o se sataniza. Ningún punto medio. Para unos todo es, fue y será excelente. Para otros todo es, fue y será criminal. Los que lo veían como el Mesías eran Paramilitares. Los que lo veían como la reencarnación de Belcebú eran Guerrilleros. Esa polarización fue el verdadero legado de Álvaro Uribe Vélez (el arriero presidencial).
Él nunca fue de medias tintas durante su mandato. Cazó peleas al por mayor y detal, en lo posible fue sincero. Como pocos mandatarios tuvo logros. Y como pocos mandatarios tuvo tan crasos errores. En estos 8 años nunca conoció el equilibrio: A sus amores los consintió con prebendas y puestos. A sus odios, los persiguió y los puso en el ojo del huracán. Así de simple.
Pocos (muy pocos) fueron justos con las carnitas y los huesitos de Uribe. Sus seguidores nunca vieron pecado, lo pusieron en un pedestal intocable. Ante sus errores creaban cortinas de humo, buscaban responsables, desviaban la información, chuzaban (y no precisamente con inyecciones). Todo para que él siempre saliera inmaculado.
Mientras que sus detractores nunca vieron algún logro en su gestión. Todo fue malo. Los Consejos Comunales eran baños de popularidad. Sus logros contra la guerrilla fueron paños de agua tibia. Su proceso de reinserción con paras fue el circo de la impunidad. La real inversión extranjera eran mentiras paliativas. Sus políticas de vivienda fueron mínimas. Mejor dicho todo mal, todo hasta la forma de sonreír.
Que injustos fueron con Uribe. Pocos tuvieron la sapiencia de no meterse en ese maremágnum de defenderlo o atacarlo a ultranza. Con Uribe fue sencillo: el que no estaba con él, estaba contra él. Polarizó al país. Sin ser extremos recordó la época pre Frente Nacional, sólo que esta vez fue una especie de guerra fría, que no paso de los improperios de parte y parte.
Cabe resaltar que aquellos que estaban en contra eran la inmensa minoría. Así lo ratificaron las cifras durante los dos Mundiales de mandato. Ellos, (los opositores) sintieron que eran los únicos que veían claramente la realidad del país. Veían a los seguidores del ‘arriero’ como una turba embelesada por una deidad. Una caterva de ignorantes que se dejaba manipular por los dichos paisas y el manejo gamonal.
Esa minoría se representaba a las claras por columnistas que regaron litros y litros de tinta atacando por todo y por todo a Uribe. En muchos casos sus denuncias y aseveraciones eran verdades de peso y comprobadas. Pero siempre manejaron un línea editorial errada, que trató a los colombianos ‘uribistas’ como pobres, brutos, subdesarrollados y despectivamente los llamaron ‘Uribestias’.
Y es que ver a personas de altas calidades como: María Jimena Duzán, Daniel Samper (padre e hijo), Claudia López, Vladdo (en nombre de él casi todos los caricaturistas), Felipe Zuleta, Ricardo Silva, Daniel Coronell, por nombrar algunos, empecinados en mostrar la otra Colombia fue un golpe editorial para muchos lectores. Simplemente porque ellos siempre menospreciaron al colombiano promedio. Sin decirlo, pero susurrándolo dejaron entender que los ‘Uribistas’ vivían de la maldad del arriero. Pego una reflexión del señor Mario Fernando Pardo que resume tanta tinta desperdiciada “El antiuribismo editorial llegó a tal punto que sus autores perdieron no solo la objetividad sino además su lecturabilidad”.
Ni fue Dios, ni fue el diablo. Nadie le podrá negar sus logros. Será parte activa de la historia de este país. Creo, fue el único político en la historia colombiana que cumplió su promesa de campaña. Detuvo a las farc y eso le basto. Tampoco nadie le podrá negar sus errores: La pésima (por decir lo menos) gestión social y los monstruosos falsos positivos, sus dos lunares más oscuros.
El legado real que deja Álvaro Uribe fue El Extremismo político. Pocos entendieron que Uribe es, fue y será un humano: Que cometió grandes errores, pero que tuvo grandes logros. Así ninguno de los dos extremos de este barranco que es Colombia lo quieran aceptar…